Hijos de un solo Padre, hermanos entre nosotros
María VoceSegunda entrega de una intervención de la presidente de los Focolares sobre el «amor al hermano», uno de los puntos fundamentales de la espiritualidad de la unidad.
Amando al prójimo percibimos que crece nuestra unión con Dios, cosa que también subraya el teólogo judío Martin Buber: «Las criaturas han sido colocadas en mi camino para que yo, criatura igual que ellas, encuentre a Dios mediante ellas y junto a ellas»1. Y el papa Shenuda III, patriarca de la Iglesia Copto-ortodoxa recientemente desaparecido, dice: «La religión es un viaje hacia el corazón de Dios cuyo camino pasa a través del corazón de los hombres. Y el amor es el vínculo sagrado que une a las personas con Dios. Es la esencia de la religión y de la religiosidad. No podemos alcanzar el amor a Dios sin amar a los hombres»2.
Y si es verdad que el amor debe caracterizar la vida de todo cristiano, es más, de todo hombre, ¿en qué consiste nuestra peculiaridad como miembros del Movimiento de los Focolares, como personas que han hecho suyo el carisma de la unidad?
Me remito sólo a algunos elementos, escogidos como perlas entre otros igualmente valiosos e importantes. Con éste, como con los demás puntos de nuestra espiritualidad, también hay que remontarse a las raíces y ver cómo lo vivió Chiara Lubich.
Chiara nos invita ante todo a tener una «mirada sencilla», a mirar a toda la humanidad desde el uno. Escribe: «Jesús, modelo nuestro, nos enseñó sólo dos cosas, que son una: a ser hijos de un solo Padre y a ser hermanos los unos de los otros. Por encima de todo lo demás, el alma debe dirigir siempre la mirada hacia el único Padre de muchos hijos. Luego, mirar a todas las criaturas como hijas de un único Padre»3.
