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articulo

Gauguin, el viaje a lo exótico

Clara Arahuetes

Exposición
En 1888 Gauguin escribió a un amigo: «Un consejo, no copie demasiado del natural. El arte es una abstracción; sáquela de la naturaleza soñando ante ella y piense más en la creación que en el resultado. Es el único medio de ascender hacia Dios, haciendo como nuestro divino maestro, crear». Esta analogía entre el poder del artista y la creación divina es una declaración de intenciones del pintor, que entre otras cosas nos habla de su postura en contra de la estética naturalista y también de su vocación artística, que le llevó a dejar su trabajo y su familia para buscar el paraíso perdido, lo primitivo, lejos de la vida urbana, primero en Bretaña y más tarde en Martinica y Tahití. Pero antes de llegar a este punto, Gauguin buscó paso a paso un estilo y una técnica propios. En la evolución del pintor influyeron además de sus maestros (Pisarro, Cezanne, Degas), su relación con otros artistas (Van Gogh, Émile Bernard…). Después sería él quien influiría en varias generaciones de pintores, primero en Bretaña, en los artistas del círculo de Pont Aven, después en París, en los Nabis, y más tarde, tras su viaje a Tahití, su obra fue decisiva para los fauvistas franceses y los expresionistas alemanes. Hacia 1880 se produce una transformación importante en el arte. Se pasa de una pintura de sensaciones a una pintura de ideas, es decir, a un contenido de algún modo espiritual, que rebasaba con mucho lo que los impresionistas habían querido limitar a un campo de puras sensaciones. Los recursos descriptivos, como la perspectiva, el claroscuro, la figuración y el ambiente, que hacían del cuadro una ventana abierta al mundo, fueron desechados. Coincidiendo con la celebración del 20º aniversario de la apertura del Museo Thyssen-Bornemisza, podemos ver Gauguin y el viaje a lo exótico. El hilo conductor de la muestra es la huida del artista a Tahití y el objetivo, poner de relieve cómo el viaje hacia mundos en teoría más auténticos produjo una renovación del lenguaje creativo y condicionó la transformación de la modernidad. La búsqueda del “paraíso” había comenzado para Gauguin en 1883, cuando a los 35 años se convirtió en pintor dejando a un lado a su familia y su profesión como empleado de banca. Tanto en Rouen o París como en Provenza o Bretaña, Panamá, Martinica, Tahití y las islas Marquesas, quiere liberarse de las ataduras de la civilización europea buscando lugares cada vez más lejanos donde alcanzar la pureza primitiva que no logrará encontrar del todo. En la exposición vemos el diálogo de sus obras con las de grandes maestros que de uno u otro modo le siguieron. Y es que no existe el genio artístico aislado, sino que surge influido por todo lo que le rodea, configurando su estilo y su pensamiento. La muestra aborda tres temas que se relacionan a lo largo del recorrido. En primer lugar, la figura de Gauguin, cuyas pinturas creadas en Polinesia no sólo son iconos del arte moderno, sino que además influyeron decisivamente en los movimientos artísticos de las primeras décadas del siglo XX. El segundo trata del viaje como escape de la civilización, que servirá de impulso renovador a la vanguardia y también como salto atrás a los orígenes, a ese estado utópico y elemental que anhelaba el primitivismo. El tercero se refiere a la concepción moderna de lo exótico y sus vinculaciones con la etnografía. El afán colonizador hizo descubrir a los europeos la belleza de las culturas primitivas y sirvió de inspiración a los artistas en sus aspiraciones de transformación del arte. El itinerario de la muestra es cronológico y temático, y se organiza en ocho capítulos. Se inicia el recorrido con Mujeres de Argel en un interior (1849) de Delacroix, uno de los primeros artistas en viajar al norte de África, que dejó una huella imborrable en Gauguin. Su influencia se refleja en el periodo tahitiano en obras como Paran api (¿Qué hay de nuevo?). La breve estancia de Gauguin junto al pintor Charles Laval en Martinica cambiará definitivamente su lenguaje pictórico, como vemos en Idas y venidas, Martinica (1887). La pintura describe la recogida de los frutos de los árboles por las mujeres nativas, con pinceladas alargadas y oblicuas que recuerdan a Cézanne. En Oceanía el pintor describió el paraíso tahitiano con su particular estilo, construido mediante grandes superficies de color y un profundo contenido simbólico y mítico. Mata mua (Érase una vez) (1892) recrea ese mundo perdido en el que los hombres vivían en armonía con la naturaleza: en un paisaje de montañas rosas y violetas, un grupo de mujeres toca la flauta y baila ante un ídolo de piedra. Matamoe, una de las pocas pinturas en la que aparece la figura masculina, representa la fuerza del hombre primitivo, que el pintor identifica con Hércules; por otra parte, el hacha es una alusión a la influencia europea, un símbolo de la destrucción de la cultura primitiva de la isla por la civilización. La última y definitiva huida la lleva a cabo Gauguin en 1901 cuando, con la salud muy deteriorada, partió hacia el archipiélago de las Marquesas, donde esperaba encontrar el Edén aún sin colonizar. En Atuona volvió a pintar con gran energía y construyó y decoró con relieves una cabaña de estilo nativo. Siguiendo el recorrido de la muestra comprobamos que en las obras de Gauguin, Rousseau, Matisse, Nolde, Pechstein, Macke o Marc, la relación con la naturaleza salvaje, real o imaginaria, se convirtió en el modo de recuperar la inocencia y la felicidad, como verdadero sentido del arte. La atracción por lo exótico se pone de manifiesto en una nueva relación de los artistas con la etnografía. Lo vemos en Muchacha con abanico (1902) de Gauguin o la serie de Emil Nolde sobre los nativos de los Mares del Sur. Las diversas exposiciones de Gauguin que se celebraron tras su muerte en 1903 sirvieron para dar a conocer las innovaciones de su pintura a las nuevas generaciones de artistas. Su influencia fue grande en Alemania entre los miembros de Die Brücke (El Puente). La traducción de Noa Noa de Paul Gauguin al alemán fue decisivo para los artistas germanos, que viajaron en verano a los lagos de Moritzburg. Era una manera de alejarse de las ataduras de la gran ciudad y experimentar una vida auténticamente libre y en contacto directo con la naturaleza. De igual modo, los artistas que viajaron al norte de África a comienzos del siglo XX perseguían un nuevo lenguaje basado en la luz y el color. Entre ellos, Wassily Kandinsky, August Macke y Paul Klee. La exposición termina con la estancia de Henri Matisse en la Polinesia francesa en 1930. Si Gauguin planeó su viaje como una huida de la civilización, Matisse lo proyectó como una evasión turística, que se convirtió en el inicio de una nueva etapa artística. Los recuerdos y ensoñaciones de Tahití se tradujeron en las experimentaciones de sus años finales con los papiers découpés, (papeles recortados), considerados como la culminación de su carrera. Clara Arahuetes clara.arahuetes@telefonica.net



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