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articulo

VACACIONES búsqueda de lo esencial

Juan Bello

Estamos demasiado acostumbrados a unas propuestas de ocio y tiempo libre que dejan al margen lo esencial. Las vacaciones y lo transcendente no son dos realidades antagónicas.
La realidad actual es tan dura que vienen ganas de coger cualquier atajo para huir de ella. Desgraciadamente, muchos lo hacen. El hartazgo nos mina como una infección, y el cansancio nos descorazona. Pero no puede acertarse en el disparo si no ajustamos el punto de mira, y esta crisis que nos inunda necesita pasos certeros, porque no estamos sumergidos sólo en una crisis financiera y económica, estamos sumidos en una crisis de sociedad, existencial y profunda. Esta crisis exige detenerse para tener la serenidad necesaria y ajustar el rumbo. El parón en la actividad laboral y social que supone el verano puede propiciarlo mediante un reencuentro con lo esencial, pero no cualquier opción vacacional nos conducirá por ese camino. En latín vacare, de donde deriva vacaciones, quiere decir estar vacío, desocupado, estar libre, tener tiempo para... Esto me recuerda algunas frases evangélicas que sugieren que no puedo encontrarme con Dios si no estoy vacío, des-ocupado, libre de. El Evangelio presenta este “vacío” como condición sine qua non para seguir el camino de Cristo y para que pueda producirse un encuentro verdadero con Él. Y a esta conclusión íbamos: vacaciones y encuentro con Dios no son dos realidades tan alejadas; tienen más relación de la que podríamos imaginar. De hecho, a lo largo de la historia los grandes santos se han «alejado» para encontrarse consigo mismos y con Dios. ¡Cuántas veces el ajetreo y el cúmulo de derrotas y desesperanzas de la vida actual nos dejan vacíos, y hacen que brote una especie de instintiva exigencia por encontrar el «porqué» más profundo en medio de esa carrera emprendida! Nos sentimos aturdidos, arrastrados por una especie de vértigo que nos domina y nos topamos con la raíz profunda de la crisis que nos agobia. ¿Qué pintamos nosotros en todo este torbellino? Ajetreo se opone a serenidad. En el mundo clásico, el «ocio» tenía un sentido activo. No era, en ningún caso, «il dolce far niente», sino el descanso del cuerpo y del espíritu en un cambio de actividades. Y no es algo sin importancia que en la Biblia se hable de un séptimo día de descanso, como tampoco lo es que eso nos dé la posibilidad de concentrarnos en lo que es esencial, y de establecer la distancia necesaria con la vida cotidiana que, a menudo, nos absorbe excesivamente. Es errado el empleo del descanso que no conduce a la interioridad y a regenerar fuerzas. Incluso diría que es poco inteligente un comportamiento que, so pretexto de descanso, exija una atención excesiva y una tensión que no nos falta en nuestra actividad habitual. Hoy, sin darnos cuenta, trasladamos el ritmo de trabajo, sus luchas y sus agobios, a los tiempos libres, y muchos «disfrutan» de sus días de vacaciones con el mismo frenesí con que se entregan al trabajo. ¡La libertad de vivir! Y hacerlo en armonía consigo mismo, con la naturaleza, con el Creador. ¿Puede haber algo más lógico que esto para que recobremos las fuerzas y el equilibrio perdido? Y desde ese equilibrio, afrontar las difíciles situaciones por las que atraviesa nuestra sociedad. Así nuestro grano de arena puede ser pequeño, sí, pero beneficioso. Lo cierto es que, a pesar de todo el montaje que se ha hecho a su alrededor, las vacaciones encierran verdaderas exigencias y esconden necesidades muy reales: búsqueda de paz, de sosiego, de «humanidad», de alegría, de nuevos descubrimientos, de desintoxicación de un ritmo poco humano, de encuentros profundos y verdaderos con otra gente, con otros pueblos y, por qué no, de encuentro consigo mismo y con Dios. Las vacaciones pueden ser un momento profundamente espiritual, porque pueden significar parar el ritmo incesante de la máquina de nuestra vida, que a veces deforma las cosas y no nos permite verlas en su justa dimensión, y encontrarnos con nuestra interioridad, serenamente, sin prisas, sin nada que nos condicione. Una ocasión estupenda para un renovado tú a tú con Dios. Un gran maestro del periodismo, el escritor italiano Igino Giordani, concluía un artículo suyo con esta sugerencia: «En esta estación encontrémonos con animosos compañeros de viaje que situados ante el dilema ¿lo Eterno o el mundo?, optaron –ante el desconcierto de los parientes y el escándalo de los conocidos– por lo Eterno. Ellos hicieron de la obra que se les había encomendado en el tiempo una marcha de acercamiento –casi un asalto– a lo Eterno, y arrancaron trozos de cielo; de esta forma, dieron a las generaciones una idea de lo infinito. »Pablo, Agustín, Bernardo, Francisco, Tomás, Dante, Catalina... Y después, Juan de la Cruz, Teresa, Pascal, Newman y Manzoni..., por nombrar sólo a algunos escaladores... Sus informes indican caminos y sugieren métodos; y, de todos modos, la unión con sus espíritus suscita ya en nosotros una sensación de altura, en vistas de la ascensión al cielo. La meditación de sus escritos –hasta su asimilación– encamina el alma hacia la divinidad. Se escalan las cimas con ellos, que saben el camino, y nos surten de aparejos. Y la cima es la estancia de la paz y también de la alegría, porque en ellas florece el paraíso».



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