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Generación “rebelde”

Jordi Illa

Testimonio de Jordi Illa, catalán de convicciones no religiosas.
Formo parte de la generación de los “rebeldes”: educado en la fe católica pero sin entenderla ni vivirla coherentemente. De joven ya me cuestionaba muchas cosas. Sobre todo, me costaba mucho ir a misa los domingos. Encontré una solución: dejé de creer y mantuve como referencia el mensaje de amor de Jesús. Conocí a M. Ángels, mi mujer, y comenzó una larga y beneficiosa transformación para los dos. Ella era creyente y formaba parte de los Focolares. En realidad, con el paso del tiempo, descubrí que me había casado con una “activista” del Movimiento. Antes de casarnos, tuvimos que contrastar nuestras ideas sobre el rito del matrimonio. Al final nos casamos por la Iglesia. No obstante, por mi parte, no renuncié a nada. No sólo acepté la ceremonia religiosa, sino que participé con el máximo interés y respeto. Otra decisión importante era la educación que daríamos a nuestros hijos. De nuevo aplicamos un principio sencillo que ha funcionado muy bien por lo que respecta a estas decisiones difíciles: «La formación en la fe católica será un plus para nuestros hijos que les hará más sensibles, más completos, más felices». Yo le decía a mi mujer: «Tú tienes la fe, yo el vacío». No todo ha sido tan fácil como podría parecer. De hecho, no entendía el entusiasmo de mi mujer por participar en los encuentros de los Focolares. ¿Sería una secta? Admito que estaba un poco celoso. Poco a poco, con el esfuerzo de ambos, llegamos a un equilibrio satisfactorio. Tenía algo de curiosidad por el Movimiento y ella me lo hacía conocer discretamente. Un hecho significativo tuvo lugar cuando participé en un encuentro. Recuerdo la acogida que recibí y el ambiente que se respiraba. Empecé a conocer la espiritualidad de Chiara Lubich e intenté hacerla encajar con mis convicciones personales. Un aspecto importante fue ampliar el significado de la palabra amor. Creo que por lo que se refiere a esta realidad, las creencias y las convicciones se han diluido y han perdido su relevancia, porque lo más importante no son los credos, sino el amor. Había encontrado una espiritualidad que ponía el mensaje de Jesús en el centro de una forma radical y manifiesta, y que se concretaba cotidianamente en las pequeñas cosas. Creció en mí el interés por esta espiritualidad, así como el deseo de vivirla: con los amigos, los desconocidos, los compañeros del trabajo y, sobre todo, en casa con mi familia. Sólo había un obstáculo. Me parecía que el Movimiento de los Focolares estaba reservado a personas creyentes cristianas. Me sorprendió saber que también estaba abierto a personas de convicciones no religiosas, y no sólo, sino que me invitaban a participar activamente. He aprendido a ver al otro como un hermano, a pensar y actuar en consecuencia, y he aprendido que no es necesario ser un héroe. He experimentado que se requiere ejercitarse constantemente, pero que te sientes ayudado en ello por una espiritualidad que tiene un alto componente comunitario. En los últimos años he tenido la suerte de poder dirigir un grupo musical de jóvenes. Ha sido enriquecedor porque he podido participar en su crecimiento, no sólo musical sino también espiritual. Eso me ha exigido mucho trabajo y una gran dosis de paciencia para adaptarme a sus necesidades, conocimientos, edad, y a sus deseos de jugar y de vivir. En resumen, se trata de una trayectoria probablemente nada singular, que me ha permitido evolucionar en el terreno espiritual, llenar el vacío. Una evolución que me reclama pasar de espectador a actor.



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