Palabra de vida de febrero del 2008
“El que observe (estos mandamientos) y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos” (Mt 5, 19).
Rodeado por la muchedumbre, Jesús sube a la montaña y pronuncia su célebre discurso. Las primeras palabras: “Bienaventurados los pobres de espíritu, bienaventurados los mansos…”, ya indican la novedad del mensaje que ha venido a traer.
Son palabras de vida, de luz y de esperanza que Jesús entrega a sus discípulos para que los iluminen y su vida adquiera sabor y significado.
Transformados por este gran mensaje, se los invita a transmitir a otros las enseñanzas recibidas y traducidas en vida.
“El que observe (estos mandamientos) y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.”
Hoy más que nunca, nuestra sociedad necesita conocer las palabras del Evangelio y dejarse transformar por ellas. Jesús debe poder repetir de nuevo: no os enojéis con vuestros hermanos; perdonad y os perdonarán; decid la verdad para no tener que recurrir al juramento; amad a vuestros enemigos; reconoced que tenéis un solo Padre y que todos sois hermanos y hermanas; todo lo que queráis que los demás hagan por vosotros, hacedlo también por ellos. Éste es el sentido de algunas de las muchas palabras del “sermón de la montaña”, y si las viviésemos bastarían para cambiar el mundo.
Jesús nos invita a anunciar su Evangelio. Pero antes de “enseñar” sus palabras, nos pide que las “cumplamos”. Para ser creíbles, tendremos que ser “expertos” del Evangelio, un “Evangelio vivo”. Sólo entonces podremos testimoniarlo con la vida y enseñarlo con la palabra.
“El que observe (estos mandamientos) y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.”
¿Cuál es el mejor modo de vivir esta Palabra? Permitir que sea Jesús mismo quien lo enseñe, atrayéndolo a nosotros y entre nosotros con nuestro amor recíproco. Él nos sugerirá una palabra para acercarnos a las personas, nos indicará el camino, nos abrirá la puerta que da al corazón de los hermanos, y así dar testimonio de Él allí donde nos encontremos, incluso en los ambientes más difíciles y en las situaciones más intrincadas. Veremos que el mundo, esa pequeña parte de mundo donde vivimos, se transforma, se convierte a la concordia, a la comprensión y a la paz.
Lo importante es mantener viva su presencia entre nosotros con nuestro amor mutuo, dóciles para escuchar su voz, la voz de la conciencia, que siempre nos habla si sabemos acallar las demás.
Él nos enseñará cómo “cumplir” con alegría y creatividad hasta los preceptos “mínimos”, de manera que cincelemos con perfección nuestra vida de unidad. Que se pueda repetir de nosotros, como una vez se dijo de los primeros cristianos: “Mirad cómo se aman, y el uno está dispuesto a morir por el otro”. Gracias a nuestras relaciones renovadas por el amor, se podrá ver que el Evangelio puede generar una sociedad nueva.
No podemos quedarnos con el don recibido. Estamos llamados a repetir con san Pablo: “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!”. Si nos dejamos guiar por la voz interior, descubriremos posibilidades siempre nuevas de comunicar, hablando, escribiendo o dialogando. Que el Evangelio, a través de nuestras personas, vuelva a brillar en nuestras casas, en nuestras ciudades, en nuestros países. También en nosotros florecerá una nueva vida; la alegría crecerá en nuestro corazón; el Resucitado resplandecerá mejor… Y Él nos considerará “grandes en su Reino”.
Lo demuestra de un modo excelente la vida de Ginetta Calliari. Llegó a Brasil en 1959, con el primer grupo de los Focolares, y quedó impactada por las graves desigualdades del país. Puso tesón en el amor recíproco, viviendo sus Palabras, y decía: “Él nos abrirá el camino”. Con el paso del tiempo, a su lado se desarrolló y consolidó una comunidad que hoy comprende cientos de miles de personas de toda categoría y edad, tanto habitantes de las favelas como gente de las clases acomodadas, que se ponen al servicio de los más pobres. Y así se han podido llevar a cabo obras sociales que han cambiado el rostro de las favelas en diferentes ciudades. Un pequeño “pueblo” unido que sigue dando muestras de que el Evangelio es verdadero: ésa es la dote que Ginetta se llevó cuando partió para el Cielo.