Sinopsis
Con la muerte y la resurrección de Jesús, el templo no tiene confines, no está delimitado en el espacio «sagrado». ¡Y nosotros estamos llamados a ser piedras vivas allí donde nos encontramos, en la vida diaria! ¿Qué sucedería si adquiriésemos mayor conciencia de esto? ¿Qué sucedería si tomásemos al pie de la letra la observación de Jesús de que «los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Jn 4, 23), no solo en uno u otro lugar, sino en la vida de cada día?
En todos estos frentes se debate nuestro ser Pueblo de Dios en camino en la historia, «piedras vivas» del templo. Solo si lo somos podremos experimentar vivamente que la liturgia es momento de encuentro entre cielo y tierra y que los sacramentos nos insertan vivamente en el Cuerpo de Cristo. Con este fin será útil recordarnos que, al principio, durante más de tres siglos no hubo edificios sagrados y las comunidades cristianas crecían en las casas, en la calle, en el trabajo, y precisamente entonces el cristianismo se difundía imparablemente.