Sinopsis
Estos textos, extraídos fundamentalmente de cartas y apuntes personales, reflejan el alma de un hombre que vibraba con los problemas de su tiempo, de la Iglesia y de la sociedad.
Don Orione parte de una fe total en el amor de Dios y responde con la caridad más radical: «Si tuviera que faltar a la caridad para abrir o mantener una de mis obras, preferiría cerrarla».
Esa caridad lo empuja a descubrir a Dios en cada hombre que se cruza en su camino, especialmente los más sufrientes y abandonados, y a apostar por él.
Acción y contemplación en simbiosis perfecta y dinámica.
De una carta a las Pequeñas Hermanas de la Caridad (14-2-1922)
…Si Dios me da vida, quiero educar mi espíritu de ahora en adelante en la escuela del silencio y dar a mi vida cada día y cada año la palabra, el descanso y el consuelo del Cristo del Silencio: In silentio et in spe erit fortitudo mea! («En el silencio y en la esperanza estará mi fortaleza»).
Un santo sacerdote y gran filósofo cristiano pronunciaba al morir estas grandes palabras: «SUFRIR, CALLAR, GOZAR». Y san Ignacio de Loyola, como todos los maestros del espíritu y fundadores de órdenes de vida activa, recomienda mucho el recogimiento y el silencio, especialmente por la mañana y un buen rato por la noche. Es en el silencio donde Dios habla al alma, del mismo modo que en el silencio y en la oración es donde maduran los propósitos más eficaces y se forman los mayores santos.
Dios es la luz universal que ilumina a cada hombre que viene al mundo, y Jesucristo es Dios y nuestro Divino Maestro. Pero, para entender sus lecciones y para vivir iluminados interiormente con la luz de Dios, como dice san Agustín en un libro, «tenemos que guardar silencio».
Sólo entonces podremos sentir de verdad la luz y la voz del Maestro que se encuentra en nuestro interior y con quien se aprende más que con años de estudios. Él pone en acción toda nuestra interioridad y esclarece el alma y el cuerpo.
Las horas de silencio son horas fecundas. El silencio hace trabajar en nosotros nuestro espíritu. El silencio es en gran medida una oración, una oración que da a estas horas y a la vida su gran fuerza moral y toda su fecundidad.
¡Cuántas semillas hace germinar el silencio en nuestro espíritu! ¡Cuántas verdades hace brillar en el alma, con un esplendor suave y vivísimo a la vez!
¡La constancia de la tarde! ¡El silencio de la noche! ¡Las horas de la noche! ¡Y ciertas horas de meditación, pasadas en San Alberto hace veinte años y después el año pasado!
¡Oh bendita soledad, oh beatitud única!