Al rescate de los hombres-nadie
Propuesta educativa en una comunidad de habitantes de una favela, la Isla Santa Teresinha, cerca de Recife. Uno de los proyectos de promoción humana de los Focolares en Brasil.
Era una lengua de tierra pantanosa que periódicamente se inundaba a causa de las crecidas. Parecía hecha aposta para filmar sin demasiados decorados un guión del infierno dantesco, si es que algún cineasta se fijaba en ella. Bastaba con que llegase una marea inflada por las lluvias y el contenido del canal de desagüe que separaba las chabolas del resto de la ciudad se saldía de su cauce inundando calles y chabolas.
Algunos de nuestros lectores recordarán esta historia emblemática, pero ripetita iuvant. Así que les recordaré que por algo la llamaban Isla del Infierno y que, aunque no estaba muy lejos de Recife, ciudad al norte de Brasil, capital de Pernambuco, en realidad se encontraba a años luz de cualquier forma de convivencia ciudadana. Y aun así vivían allí, en condiciones desesperantes, unas cuatro mil personas, más o menos seiscientas familias. Ni trabajo, ni escuela, ni médico. Nada de nada. Los niños vivían en la calle, con los pies normalmente embadurnados de fango maloliente. La violencia y el crimen estaban a la orden del día.
Edna Simões, actual responsable del proyecto educativo que se lleva a cabo en Santa Teresinha, no recurre a la metáfora para hablar de aquella isla del infierno. Pero de aquel panorama tan negro hoy no quedan restos, excepto en la memoria de los niños de entonces, que hoy son hombres y mujeres maduros y responsables. «Esta experiencia –dice– ya dura casi cuarenta años, y no sólo tiene en cuenta a los niños y adolescentes, sino a los jóvenes y a las familias de la favela. La escuela misma, que surgió más adelante, es fruto y expresión de este recorrido de promoción humana». Es decir, que se trata de un lento y progresivo itinerario de “concienciación”, como dicen aquí, de la gente de la favela. «No fue algo diseñado –explica Edna–, ya que desde el principio nuestra metodología no fue la de actuar “sobre” los habitantes de la favela, sino “con” ellos, metiéndolos de lleno en las decisiones que había que tomar».
El proyecto empezó en los primeros años sesenta, cuando el obispo Helder Cámara encomendó a los Focolares, que habían llegado a Brasil hacía poco, justo esa favela, famosa por su altísima degradación humana y ambiental. Ya el hecho de tener que irse a vivir a una barracópolis (y en Brasil las hay a centenares) manifiesta que uno ha tocado el fondo de la escala social, pero vivir en la Isla del Infierno significaba no existir: hombres-nadie.