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Pureza de corazón

Igino Giordani

El mayor amor por el Padre es un servicio infinito a los hermanos.
Si el cristiano deja que corra por sus venas de hombre también la sangre pura de Dios, su vida será nueva. Será otro también en lo social. De su sangre germinarán ideales y obras generosas, puesto que la condición para unirse a Cristo es la pureza de corazón. Antes de nutrirse del alimento y beber la bebida eucarística, el cristiano tiene la obligación de arrepentirse del mal que ha hecho, de confesarlo y enmendarlo. El sacramento impone que se restablezca la justicia y la caridad: no se accede a lo divino por la puerta de la culpa. La culpa es una puerta cerrada a lo divino y abierta a lo infrahumano, a lo infraterrenal, a los hipogeos de la muerte donde pulula el reino de Satanás. El cristiano pide perdón a sus hermanos y les perdona para merecer el perdón del Padre. Sólo de esa manera vuelve a circular una misma sangre. El sacramento del pan y del vino crea un espíritu nuevo en cada cristiano y, mientras alimenta con este espíritu de pureza y de amor a la sociedad de los cristianos –la Iglesia–, también proyecta sus efectos en la sociedad civil, en la cual todo cristiano se encuentra como miembro de la Iglesia, es decir, como miembro incorporado en Cristo. En otras palabras, el cristiano está obligado a llevar una vida pura y socialmente justa y caritativa también fuera de la Iglesia, porque también en las tiendas, también en la calle o en la oficina, en el campo o en el taller, él es siempre consanguíneo con Cristo, portador de su sangre. Esta prolongación social de la acción eucarística no es secundaria, es esencial. Toda la Redención es un acto de amor por los hombres y nuestra participación en ella debe ser también un acto de amor por nuestros hermanos. Jesús le ofreció al Padre el valor más inestimable: la vida; pero se la ofreció por los hombres, a los que no deja de dársela en cuerpo y sangre. Esto quiere decir que el mayor amor por el Padre es un servicio infinito a los hermanos. Ésta es la clave del misterio de amor al que aspira la cristiandad: amor al Padre que se manifiesta también sirviendo a nuestros hermanos; en sentido amplio, alimentando a nuestros hermanos. Como Cristo, que los alimentaba de sí mismo. (Tomado de «Il sangue di Cristo», Ed. Morcelliana, Brescia 1937, pp. 44-46. Traducción de Eduardo Ortubia)

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