Desde la antigüedad, los japoneses han aprendido a anteponer el interés colectivo a los intereses personales.
Todos hemos seguido día tras día con preocupación la inestable situación de la central nuclear de Fukushima después del terremoto y del tsunami en Japón el 11 de marzo. Además de una terrible destrucción, sin precedentes desde la II Guerra Mundial, y la muerte de miles de personas, el pueblo japonés ha tenido que afrontar días de gran incertidumbre ante la posibilidad de que las explosiones y las fugas radiactivas en la central nuclear desencadenaran un accidente nuclear a gran escala, parecido al de la central ucraniana de Chernóbil en 1986 o incluso peor.
En un país donde todo funciona a la perfección y la respuesta a cualquier irregularidad está más que prevista, un panorama catastrófico tan complejo e ingobernable ha desbordado cualquier previsión. Aún así, la sociedad en su conjunto ha reaccionado de manera ejemplar y con el esfuerzo de todos, ha sabido vivir en esta situación con una dignidad envidiable. La gran lección de civismo que los japoneses nos han dado es una expresión de su carácter noble y solidario, forjado a lo largo de los siglos.
La primacía del conjunto