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articulo

Dar laicamente

Piero Taiti

¿Cuál es el término correlativo al amor recíproco cristiano: igualdad o fraternidad?
Mirando un vídeo de hace algún tiempo, en el que un interlocutor anónimo le pregunta a una jovencísima Chiara Lubich sobre la justicia social, ésta, que entonces era una desconocida, responde con una provocadora seguridad que no tiene nada que añadir a los versículos del Magníficat: «Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías». Semejante respuesta tan concisa a un problema cada vez más complejo y sobre el que se han escrito bibliotecas enteras, podría parecer una manera de eludir la pregunta, pero no creo que fuera así. Lo deduzco del hecho de que ella misma ha demostrado una radicalidad existencial, articulada en numerosos “milagros cotidianos” propios de las primeras comunidades cristianas, cuyas normas adoptó el primer grupo que la rodeaba y que luego el tiempo ha corroborado. Este episodio me lleva a una posible clave de lectura del significado de «cultura del dar» en el ámbito del diálogo entre personas de convicciones no religiosas que hoy por hoy está bastante consolidado en el Movimiento de los Focolares. Los aspectos más intrínsecamente religiosos del razonamiento de Chiara, la constante aspiración a la unidad de la familia humana, su particular interpretación del “Abandonado” no son conceptos colaterales a otros aspectos más laicos de su experiencia de vida, como por ejemplo el compartir los bienes o la Economía de Comunión, sino que todos tienen una misma raíz. Recuerdo que durante un encuentro entre creyentes y no creyentes, nos embarcamos en una apasionada discusión sobre la cultura del dar y sus posibles motivaciones: ceder lo superfluo (y en consecuencia el tema de lo necesario), la cultura del don, el concepto de restituir (a quien se le ha robado injustamente), y nos preguntábamos cuáles son las motivaciones básicas que todos puedan compartir dentro de una idea de fraternidad. Históricamente, esta idea no nació hasta 1789, aunque ya se encuentra en el pensamiento de los estoicos, luego resurge entre los valores del cristianismo, pasa por las utopías del Renacimiento y llega hasta el socialismo utópico. Ahora bien, siempre se ha asociado a alguna modalidad del principio de compartir los bienes. Y, pensándolo bien, no podía ser de otra forma. De modo que, bajo esta óptica, el orden de valores de la Revolución Francesa está invertido. No va primero la libertad, luego la igualdad y al final la fraternidad (que nunca se ha producido), sino al contrario: sólo la fraternidad puede dar paso a una verdadera libertad y a una verdadera igualdad.

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