María Voce, presidenta del Movimiento de los Focolares, visita al Patriarca de Constantinopla.
Un recibimiento caluroso y solemne a la vez le reservó Bartolomé I, Patriarca de Constantinopla, a María Voce, la actual presidenta del Movimiento de los Focolares. El 28 de diciembre Su Santidad la recibió en su estudio privado del Fanar, histórica sede del Patriarcado ecuménico ortodoxo de Constantinopla. Iba acompañada de los responsables del movimiento en Turquía, Angela Caliaro y Carmine Donnici, así como los componentes de los dos centros de los Focolares de Estambul. «Sois doce, como los apóstoles», comentó complacido el Patriarca. Con él estaban el metropolita Apostolos, de la isla de Halki, y el padre Dositheos, director de la oficina de prensa del Patriarcado.
Bartolomé I recordó que él había sido testigo «de la estima, el cariño y la admiración que su predecesor, el Patriarca Dimitrios, había tenido por ella y por la labor que realizan los Focolares». De hecho, María Voce vivió en esta metrópolis, «puente histórico entre oriente y occidente», desde 1978 a 1988, y fue en esos años cuando Bartolomé, entonces secretario del Patriarca, y ella se conocieron. Ahora se veían por primera desempeñando sus respectivas funciones institucionales. «El focolar une, en especial, a las Iglesias de la antigua y de la nueva Roma –prosiguió–. Todos vosotros sois entusiastas colaboradores del amado papa Benedicto y de mi modesta persona», y luego subrayó «los frutos ya evidentes producidos por los Focolares: desde Chiara hasta la joven Chiara Luce, el primer miembro de los Focolares que alcanza la meta de la santidad».
Volviendo al tema de las relaciones ecuménicas, Bartolomé I subrayó que sólo sobre la base del testimonio de vida «el diálogo no se queda en un vacío y estéril ejercicio académico, fácilmente cuestionable por quienes se siguen oponiendo a los diálogos ecuménico e interreligioso». «Para nosotros el diálogo es una prioridad», añadió.
«¡Deo gratias! –exclamó al final de la audiencia el Patriarca–. Deo gratias por vuestra amistad, por vuestra visita, por los frutos de vuestro movimiento, porque continúa esta obra de Dios que da gloria a su nombre».
Al día siguiente, 29 de diciembre, durante uno de los raros intervalos que concedió la lluvia, una visita obligada a las tumbas de los patriarcas Atenágoras I y Dimitrios I, que tan bien conocieron a la fundadora de los Focolares. «Eterno Padre, haz que se aceleren los pasos hacia la plena comunión entre la Iglesia católica y la ortodoxa», fue la oración de María Voce ante las tumbas. En el pequeño cementerio de Balikli, dentro del recinto del santuario ortodoxo de María Fuente de la Vida, acompañada por los focolarinos de Estambul, concluía su oración: «A ambos, que conocieron muy bien a Chiara Lubich, les encomendamos el avance del camino ecuménico».
Tras la importante audiencia con Bartolomé I, motivo real del viaje, ahora quedaba tiempo para otras citas en esta histórica ciudad, como la que mantuvo con el padre Luigi Iannitto, un franciscano conventual de 91 años que conoció el carisma de la unidad en 1949 y que en los años 60 dio inicio aquí al primer grupo de jóvenes que quiso vivir la espiritualidad focolarina. Y también el encuentro con un grupo de musulmanes de Estambul que desde hace años colabora estrechamente con el Movimiento.
Monseñor Louis Pelatre, vicario apostólico de la Iglesia latina de Estambul, acogió con viva cordialidad a María Voce. Se conocen desde los años ochenta, cuando ambos vivían en esta metrópolis, de modo que resultó inmediato entrar en temas de gran calado, empezando por los distintos diálogos y sus prioridades. «Son la nueva frontera; no podemos cerrarnos», subrayó el prelado, expresando gran aprecio por la obra que el patriarca ortodoxo está desarrollando tanto en el diálogo ecuménico como en el diálogo con los musulmanes. Por último, dio las gracias de corazón a María Voce «no sólo por mantener en Estambul los dos centros de los Focolares, sino por haberlos renovado con la llegada de dos focolarinos jóvenes». A propósito de lo que significa vivir en situaciones de frontera, Mons. Pelatre comentó que de vez en cuando le preguntan qué está haciendo en Turquía, donde hay un reducido número de fieles, y él siempre responde: «No es correcto decir que no hay nada que hacer; más bien se trata de entender cómo hacerlo».
En esa misma calle donde reside Mons. Pelatre, dedicada a Juan XXIII, pues fue nuncio aquí en la década de los 40 antes de ser elegido papa, está la sede de la Nunciatura Apostólica. Aquí María Voce fue a saludar al arzobispo Antonio Lucibello, un calabrés como ella, que la acogió con entusiasmo. El coloquio fue confidencial y en buena medida versó sobre las relaciones con el Islam, «un diálogo intercultural antes que interreligioso», dijo en un determinado momento.
María Voce pudo visitar algunos lugares simbólicos de la ciudad, como la Mezquita Azul y el Museo de Arte Islámico. En Santa Sofía, primero basílica, después mezquita y ahora museo, dijo: «No logro contener la emoción, a pesar de la multitud. Este es un lugar que te une enseguida al Cielo. Le he pedido perdón a Dios por la desunión que se ha generado entre las Iglesias».
Las relaciones entre el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla y el Movimiento de los Focolares datan de 1967, cuando el Patriarca de entonces, Atenágoras I, invitó a Chiara Lubich a su sede del Fanar de Estambul, pues quería conocer el Movimiento. Lo que le impactó fue el modo de vivir el cristianismo, el lugar central del amor evangélico y el relieve que se le da a María. Desde entonces se instauró un profundo entendimiento espiritual y Atenágoras estimuló la difusión del espíritu de los Focolares entre los ortodoxos. Chiara volvería a Estambul ocho veces. Sus sucesores, Dimitrios I y Bartolomé I, mantienen relaciones de aprecio y colaboración con Chiara y su Movimiento. El último encuentro de Chiara con el Patriarca fue el 6 de marzo de 2008, pocos días antes de su deceso. El Patriarca se encontraba en Roma con motivo de un encuentro con el Papa y quiso acercarse al Policlínico Gemelli para visitarla. Fue un encuentro de profunda comunión durante el cual le impartió su bendición «con agradecimiento».