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Bienvenida, María Voce

Antoni Pedragosa

La presidenta del Movimiento de los Focolares ha visitado España, empezando por el Centro Mariápolis Loreto, en Castell D'Aro (Gerona), y concluyendo en Madrid.
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Nuestros tiempos de producción no nos permiten dar cuenta de ello en este número. Lo haremos en el próximo. En una entrevista que publicamos en el número de diciembre, María Voce define la actual etapa del Movimiento como una etapa de crecimiento y maduración. A su juicio, será un período de desarrollo y profundización, poniendo mucha atención en que las relaciones interpersonales sean de calidad y garanticen el vivir «todos por todos». Y esto sólo es posible con ese amor recíproco que asegura la presencia de Jesús en medio. Reconoce que el Movimiento es obra de Dios y será Él quien la guíe a través de nosotros, en la medida en que vivamos el carisma de la unidad. En su primer viaje a África, María Voce vio la importancia de conocer de manera directa todo cuanto el Movimiento vive en cada contexto sociocultural, esas cosas específicas de cada pueblo, su riqueza y sus problemas y la inmensa potencialidad que pueden desarrollar. En su viaje a Asia observó que sus culturas milenarias están impregnadas de grandes valores, tan necesarios para Occidente, como la tolerancia, el respeto por la ancianidad, la paciencia, el diálogo entre religiones. Toda una escuela de relaciones. Para ella, «relación» significa estar ante el otro conscientes de que la persona es más valiosa que cualquier cosa. Esto requiere una capacidad de escucha profunda que permita dejar la idea propia para entrar en la del otro. Y esto exige una gran apertura de alma y una plena comunión de lo que uno es y posee. Añade que la unidad de la familia humana ha de ser un objetivo permanente. Y al respecto recuerda las palabras Benedicto XVI invitando a «que todos los españoles vivamos como una gran familia, incluyendo a los que sin ser de aquí, viven en medio de nosotros». Las sociedades europeas, ahora multiculturales y multirreligiosas, ven con inquietud su identidad amenazada. ¿Por qué no ver en esta nueva situación una oportunidad única para dejar espacio a un nuevo mundo que está naciendo? Todos podemos aportar lo mejor de nosotros mismos y mostrar a Europa que somos capaces de poner en práctica la esencia de nuestras raíces cristianas, es decir, un amor que hace caer muros entre «iguales y diferentes», entre amigos y enemigos, además de tener siempre el Amor evangélico capaz de crear espacios de fraternidad. Y esto podemos experimentarlo ya, viviendo codo a codo, en medio de la gente de cualquier color, cultura o religión. Sólo así Europa podrá ser protagonista de su futuro y a pesar de los conflictos y las tensiones que se presenten, podrá caminar hacia la fraternidad y la unidad.



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