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articulo

PSICOLOGÍA

Pascual Ionata

Ser agradecidos
Muchas veces me siento insatisfecho de lo que tengo sin razón… ¿Tiene usted algún consejo? F. T. No es nada insólito sentirse como si todo nos fuera mal: nos consume la insatisfacción y la queja es el ruido de fondo que nos acompaña todo el día. Estos sentimientos a menudo no se deben a lo que realmente ocurre, sino a lo que nos decimos a nosotros mismos día tras día. La capacidad de distinguir el valor que tienen incluso las situaciones más sencillas es esencial para ser felices. Si reconocemos el valor de lo que tenemos, nos sentiremos ricos y afortunados. De lo contrario, nos sentiremos pobres e infelices. Podríamos sentirnos agradecidos en todo momento, pero muchas veces perdemos esa oportunidad. Y es que tenemos que dejar de actuar a la defensiva, renunciar a toda forma de orgullo y reconocer que nuestra felicidad depende de los demás. Una vez conocí a un hombre que era incapaz de recibir regalos. Cada vez que alguien le regalaba algo, lo dejaba olvidado, como si no quisiera reconocer que estaba en deuda con esa persona. Pero de ese modo tampoco era capaz de abrirse con nadie. El agradecimiento permite que los demás nos conozcan por lo que somos. Si no me oculto a mí mismo lo vulnerable que soy, entonces puedo recibir los beneficios que la vida me ofrece. El alivio que el agradecimiento puede proporcionarnos deriva de darse cuenta de que solos no podemos conseguir nada. Vamos a ver. ¿De verdad hay que estar agradecido por todo lo que nos rodea? ¿Tengo que estar agradecido por tener un vecino ruidoso o porque mi hijo suspende en el colegio, etc.? ¿Y cómo lo conciliamos con los males del mundo con los que convivimos (a lo mejor desde lejos, si tenemos suerte): niños violados, presos políticos torturados, guerras sin fin, todas las infamias e infelicidades que abundan en nuestro planeta? La gratitud no consiste en gozar de nuestros propios placeres. El agradecimiento surge cuando hay conciencia del mal, cuando hay compasión. De lo contrario es consumismo. Raro pero cierto: si todo nos va siempre bien, terminamos por no apreciar las cosas buenas, nos convertimos en niños consentidos que tienen muchos juguetes y se aburren. Eso es lo paradójico: curarnos de una enfermedad nos hace valorar más la salud; hacer las paces después de haber discutido con un amigo hace que lo apreciemos más; sentirnos cerca de la muerte nos hace amar la vida. Digámoslo en voz baja y no se las deseemos a nadie, pero parece que a veces las sacudidas vienen bien.



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