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Miguel, el acróbata

Sebastián Minot

«Alguien me habita desde hace mucho, mucho tiempo». La lección de un payaso.
Nunca me habría imaginado que iba a conocer a ese clown-contorsionista-acróbata que nos acababa de tener con el alma en vilo. Todavía llevaba puesta la crespa peluca amarilla, la nariz roja, una camiseta blanca que ceñía su cuerpo atlético y una pajarita verde fosforescente de dimensiones enormes. Se estaba despidiendo de unos niños que habían querido hacerse una foto con él. De repente se dirigió a mí para que nos hiciéramos una foto. ¿Cómo decirle que no? Aunque no era muy alto, posó su mano sobre mi hombro y me pareció que estaba sosteniendo la pata de un elefante. Cuando supo que era extranjero, me preguntó si podía darle unas clases básicas de mi idioma, y así fue como conocí a Mihàyl, aunque aquí lo llamaré Miguel. «¿Cómo acabé en este trabajo? Sí, es cierto, un acróbata nace en el circo, pero yo no soy un hijo de la carpa. Mi padre era maestro de primaria en un pueblo de la gran llanura húngara. En la época del comunismo, si no eras del partido y si no declarabas que no pisabas una iglesia, no podías tener un puesto en la docencia. Según el programa comunista, para formar hombres nuevos se requieren hombres nuevos, no condicionados por el oscurantismo o la religión. El comunismo era un gran proyecto de progreso. »Mi padre era creyente, pero prefirió no perder su puesto de trabajo, y en casa el tema religioso era tabú. Mi madre sufría por eso, pero el sueldo de mi padre contaba mucho, más el suyo, que era dependienta en una tienda de ropa. Y éramos tres hermanos.

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