Mi marido vuelve a casa cada noche sólo porque no tiene otro sito adonde ir. No hace más que exigir y nunca escucha ninguna de mis inquietudes ni mis intentos de explicarle las cosas. Algunas personas buenas me han aconsejado que soporte y perdone, y así me paso el día tratando de olvidar los desaires de la noche anterior. ¡Y menos mal que no tenemos hijos...! ¿Se puede seguir así? ¿Qué es mejor: arrastrar la situación sin meter ruido, o darle con la puerta en las narices?”
C. F.
Nadie tiene recursos ilimitados. Ciertamente, el esfuerzo que diariamente hemos de poner sobre el tapete debido a las dificultades apela a nuestra libertad y a nuestra creatividad. Por eso es absolutamente necesario recargar las pilas. Además, en situaciones tan agotadoras como la suya, cuando la expectativa de ser comprendida se ve regularmente defraudada, no basta con la buena voluntad. Ofrecer posibilidades de diálogo a quien no quiere tenerlo es como hacer surcos en el agua: te cansas y nunca ves el fruto.
Pero a veces cabe la posibilidad de abrirse paso por otra parte, encendiendo nuevos canales de comunicación: una persona amiga, un psicólogo, un asistente social, o incluso la vecina de enfrente, que a su vez está esperando que alguien le hable. Nuestros recursos pueden recargarse gracias a unas relaciones constructivas que nos abran las puertas hacia un horizonte aún no explorado. Puede ser que en la parroquia necesiten que les echen una mano, aunque sea para pequeñas cosas, o que en la residencia de ancianos requieran voluntarios para ocuparse de los que reciben pocas visitas, o a lo mejor hay en el barrio un centro para atender a los vagabundos y a la gente sin techo... Basta abrir bien los ojos y probar alguna de estas cosas. A menudo vuelven a aparecer aptitudes de las que uno se había olvidado, y así aumenta la confianza en uno mismo y en el prójimo; uno aprende de los demás y con ellos podemos compartir nuestros talentos y nuestras experiencias.