Comienza con este número una reflexión sobre el significado de la consagración según el Nuevo Testamento. Empezamos con el Evangelio de Mateo y siguiremos con los escritos de san Pablo. Un tema de actualidad en la Iglesia y en la sociedad.
El diccionario bíblico editado por Feltrinelli en 1968, contiene un comentario bajo la voz “virginidad” que quiero señalar: «Las razones paulinas siguen siendo hoy las únicas que podemos tomar en consideración para justificar la existencia de vocaciones al celibato en la Iglesia, al servicio del prójimo». El autor de dicha voz es un protestante valdense italiano, Giorgio Girardet, pero también hay católicos que se preguntan si se puede seguir hablando de celibato evangélico, sobre todo después de que Quesnell publicara un artículo sobre los “eunucos” que aparecen en Mt 19, 121, poniendo en duda que dicho texto sea aplicable al celibato. Por ello, de los escritos neotestamentarios que sostienen el celibato sólo quedaría el capítulo 7 de la Primera carta a los corintios, como dice Girardet. Pero varios autores dicen que el contexto escatológico del pasaje –es decir, la cercanía del fin del mundo– le resta actualidad al escrito paulino. Así que no es fácil hablar de la virginidad en el Nuevo Testamento. Hay que examinar los matices del texto y las diferentes interpretaciones para quedarnos con lo que nos parezca mejor.
Nos encontramos enseguida con una dificultad: los textos sobre el celibato son realmente pocos. Los tomados en consideración son dos: Mt 19, 12 y 1 Co 7, 1-40. Existen otros textos menores en los que se habla directa o indirectamente de la virginidad, pero casi siempre presentan dudas de interpretación. Esta escasez de textos se debe en parte a de que en el mundo judío el celibato era desconocido. Y es que para los judíos, las palabras de la Biblia: «Sed fecundos y multiplicaos» (Jn 1, 28) eran un mandamiento obligatorio, especialmente para los hombres. En el caso de la mujer, cuando era estéril, sufría rechazo social e incluso desprecio. Ahí está el episodio de la hija de Jefte (cf. Jdt 11, 34-40): la joven virgen que tenía que morir a causa de un voto paterno, acepta su triste destino, pero antes pide un poco de tiempo para subir al monte a llorar “su virginidad”, es decir, por no poder gozar del amor conyugal ni de la maternidad. Esta tradición bíblica está ligada a la tradición rabínica, llena de afirmaciones sobre la necesidad de casarse para vivir conforme a la voluntad de Dios. La única excepción a esta tradición es el profeta Jeremías, invitado por el Señor: «No tomes mujer ni tengas hijos ni hijas en este lugar. Que así dice Yahvé de los hijos e hijas nacidos en este lugar, de sus madres que los dieron a luz y de sus padres que los engendraron en esta tierra: De muertes miserables morirán, sin que sean plañidos ni sepultados...» (Jr 16, 2-4). El celibato transforma la existencia de Jeremías, pero no supone una nueva forma de vida para los demás. Él será el profeta de la soledad que golpeará al país de Judá.
Celibato y virginidad en la época de Jesús