Cuando se cumplen dos meses del tremendo terremoto que sacudió Chile con una fuerza de 8,8 grados en la escala de Richter, seguido de un tsunami que asoló la zona centro-sur y causó medio millar de víctimas identificadas, vamos conociendo también valiosos testimonios que revelan cómo reacciona el cristiano ante calamidades como éstas.
Ha llegado a mi conocimiento la experiencia de un grupo de jóvenes que durante aquellos días celebraban una convivencia y que ni se imaginaban lo que les sucedería el tercer día. El lema de la convivencia era: “¡Coraje! Dios os ama inmensamente!”.
Así cuentan cómo fueron esos momentos: «Vivir juntas la aflicción, la preocupación por las familias, los amigos (dos de ellas eran de los lugares más damnificados, donde no hubo comunicación durante horas, y en algunos casos durante dos días), las noticias también del amigo que murió, o de otros conocidos que quedaron sepultados bajo la discoteca… Acompañar a la familia de un chico al funeral del abuelo al que, muy cerca de nosotros, se le derrumbó la casa encima; visitar un pequeño pueblo donde los comercios quedaron destruidos, ver a la gente durmiendo a la intemperie, sin agua ni luz, y ponernos en donación para ayudar entre y con otros todos a las religiosas a vaciar la iglesia (arriesgando nuestras vidas) ya que el mal estado en el que había quedado hacía que se pudiera hundir»… Son, según dicen, «pequeños actos que hablan de la fuerte experiencia de amor que estábamos viviendo».
Continúan: «Era muy fuerte la certeza en nosotras del Amor de Dios». Tanto que al partir tras aquellos días de convivencia marcados por el terremoto, aseguraban que se iban «renovadas por Dios, como un solo cuerpo, con el alma encendida». Y añadían: «Ahora nuestro día a día ha cambiado y debemos anunciar a todos el tesoro que hemos encontrado. No nos lo podemos quedar para nosotros; es como haber descubierto algo muy valioso».