Había abusado de mi amistad, pero no podía dejarlo en aquel estado.
Vino a verme desde Zurich, pidiendo disculpas por no haberse anunciado. Quería enseñarme su coche nuevo. Cuando me dijo a qué hora había salido, me di perfecta cuenta de que había conducido como un loco. Los coches siempre habían sido su pasión. Me alegré de verlo tan bien vestido y me pareció que gozaba de buena salud, incluso parecía más joven que cuando lo conocí tres años antes. Se le veía sereno y feliz. Me dijo que lo acompañara al coche. Lo abrió y puso un CD. Era uno que yo le había regalado. Esa música me trasladó a aquella vez en que me lo encontré dando vueltas por el campus de la universidad...
Me había pedido un cigarrillo, pero como yo no fumaba, le propuse ir al bar. Se tomó un café con leche y devoró dos bollos. Hacía una semana que no comía nada y estaba extrañamente pálido. Me pidió mi dirección y se la di, quizás porque en mi estilo de vida figura eso de ayudar a los demás. Después nos vimos más veces, y ésos son los capítulos de una historia que ahora Ric revivía al contármela.
Era hijo único de una pareja feliz y tuvo una infancia sin privaciones. No le fue muy bien con los estudios y acabó trabajando en el bar de un amigo de sus padres. Como lo hacía bien, el bar terminó siendo suyo. Allí trabajaba también una chica, que al final fue su mujer, pero como era muy guapa, resultó una fácil acompañante para esos clientes que pagan bien. Ric se sintió traicionado y empezó a beber más de la cuenta. Luego alguna pelea violenta y ella desapareció de la circulación. Droga, denuncias, suspensión de la actividad, juicios...
Dejó Suiza porque se lo recomendaron. Alguien le había soplado en la oreja que por aquí le iría mejor, pues tenía un buen físico. Lentamente se fue bebiendo el dinero, y luego la ropa y el coche. Salir del pozo no iba a ser fácil, aunque el negocio de la droga prometía grandes ganancias.