A propósito del último artículo, en una reunión informal de un grupo de padres y madres, pudimos mantener una “cálida” conversación en torno al tema de la autoridad. Sus dificultades y sus posibilidades, sus límites y sus controversias. Tuvimos oportunidad de expresar lo mucho que nos cuesta y lo fácil que resulta desanimarse al respecto.
Llegamos a una doble conclusión: nuestra autoridad nace del amor que tenemos por nuestros hijos y, paralelamente, está determinada por el concepto de persona que queremos educar.
Vayamos por partes.
1.- Nuestro interés por ejercer la autoridad ante nuestros hijos va dirigido a que sean personas buenas y sean buenas personas. Dado que el origen vital de nuestro derecho y obligación a ejercerla es el amor que tenemos por ellos, estaremos siempre alerta para promover (y exigir) todo aquello que les ayuda a ser mejores personas: el esfuerzo, la voluntad y en general las virtudes.