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articulo

El mercado, el tráfico y la “ética de puntos”

Luigino Bruni

La economía en un contexto internacional de incertidumbre. Instrucciones para no quedarse “tirados”.
La economía es una de las ciencias sociales que hace amplio uso de imágenes y de metáforas. La primera y una de las más famosas hasta el día de hoy es la de “la mano invisible” del economista Adam Smith. En el siglo XVIII éste explicaba mediante esa metáfora el mercado como un mecanismo que transforma los intereses privados en bien común. En la actualidad la economía sigue tomando imágenes del deporte (la competencia como competición deportiva), de la música (el manager como director de orquesta) y de muchos otros ámbitos. Estas imágenes permiten a los economistas explicar aspectos de la realidad que son inaccesibles para el lenguaje de las fórmulas matemáticas y de los balances anuales. Sin embargo, no todas las metáforas son acertadas, ya que a veces desvirtúan la realidad, sobre todo cuando se simplifica excesivamente o cuando la imagen se usa con fines ideológicos. En los últimos tiempos, por ejemplo, se compara cada vez más a menudo al mercado con el tráfico vial. Cuando una persona sale de casa y se mete en el tráfico, no lo hace por amor a su ciudad o a los otros conductores, sino porque tiene motivos e intereses personales que la llevan a hacerlo (trabajo, amigos, diversión...). Pero si el tráfico está bien regulado por instrumentos (semáforos, rotondas, radares...), instituciones (guardia de tráfico, policía urbana...), infraestructuras y buenas normas, todos alcanzamos nuestra meta. Además, para que el tráfico fluya no bastan las instituciones, los instrumentos, los controles y las normas, sino que también son necesarias la ética del conductor y el mantenimiento de las carreteras. Y cuando este mecanismo se atora (como en los atascos, por ejemplo), no hay que actuar sobre los conductores para que sean más “buenas personas”, sino que hay que mejorar las carreteras o sustituir los semáforos por rotondas. Pues lo mismo sucede con el mercado: con buenos instrumentos e instituciones, normas y “guardias”, “carreteras” anchas y cómodas, y respeto de las normas todos alcanzamos nuestros objetivos sin necesidad de que se fijen los precios desde arriba o haya que regular la oferta y la demanda, sino que el buen funcionamiento del conjunto resultará en un “orden espontáneo”. Pero hay más. En el tráfico no es oportuno, es más, no es aconsejable mirar a la cara a los demás conductores cuando los adelantamos o cuando estamos parados delante de un semáforo. Cuando se conduce, tampoco es necesario el altruismo, que a menudo puede ser peligroso por lo imprevisible, como cuando un conductor “altruista” frena en seco al ver que un anciano quiere cruzar la calle por un sitio donde no hay paso de cebra y el coche que va detrás le da un golpe. El único caso en el que cabe mirarse a la cara cuando se conduce es en los momentos críticos (durante una maniobra equivocada, un imprevisto...) o en el que cabe el altruismo es disminuyendo la velocidad cuando se les hace un favor a los que quieren incorporarse al flujo principal. De la misma manera, en el mercado el anonimato y la impersonalidad funcionan mejor que las relaciones amistosas o familiares. En los negocios no se le mira a la cara a nadie. Lo más que se le puede pedir a la ética económica en tiempos normales es que se respeten las reglas, además de alguna pequeña donación. Sólo en tiempos de crisis hay que hacer algo más. ¿Pero estamos seguros de que las cosas son así de verdad? No lo creo. La analogía mercado-tráfico refleja bien algunos aspectos, pero puede engañarnos en otros muy importantes. Para empezar, en el tráfico la ética se vive en otros aspectos mucho más relevantes, desde el tipo de coche que compramos (ecológico o no) a la forma de conducir responsable y prudente (que no disminuye la velocidad sólo cuando hay un radar) o al autocontrol con el que reaccionamos ante una maniobra mal hecha por otros conductores. Y el papel de las instituciones no se acaba con el mantenimiento de los semáforos y los radares, sino que éstas tienen que promover sistemas de transporte más ecológicos (el tren, por ejemplo), los medios de transporte público, etc.

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