El verano, con sus aires de ligereza, cuando no relajamiento y desatención a las normas, deja al descubierto con mayor claridad y precisión todo un muestrario de actitudes, intenciones, inquietudes, valores y contravalores, sentimientos que recorren la sociedad del bienestar (material) y del malestar (moral).
La crónica escrita y audiovisual suele subrayar la agresividad y la violencia contra las mujeres, los niños o los ancianos, nos pone delante de los ojos los accidentes de tráfico y su tasa de muertos, heridos e inválidos, como si la carretera fuese un espacio en el que uno saca sus traumas más ocultos. Y no hablemos de los incendios dolosos que devastan el entorno porque algunos quieren ganar dinero fácil. En fin, toda una secuencia de hechos que muestran el lado peor de la humanidad consumista y hedonista.
Pero hay otro lado. Se publicita menos y también se valora menos, pero no por ello es menos importante. Hay una enorme porción de personas que ha utilizado su tiempo de descanso y relax para afianzar las relaciones familiares, o para entablar nuevas amistades, o para gozar buscando y experimentando los valores más elevados: el silencio y la belleza en medio de la naturaleza para encontrarse consigo mismo; la oración y la meditación en lugares para la religiosidad a fin de cultivar y vivir una relación más directa con Dios y con los hermanos; la contemplación y la encarnación en lugares para la espiritualidad y la cultura para elevar el espíritu por encima de lo contingente y lo efímero; el compromiso social para dedicar más tiempo y más fuerzas a construir una sociedad más justa y fraterna mediante relaciones sociales más positivas y solidarias. Los encuentros, reuniones y cursos de todo tipo que se llevan a cabo por todas partes demuestran que aún existe una mayoría sana, con ganas de dar testimonio y divulgar valores que están en las más profundas raíces de nuestra sociedad.
No nos dejemos engañar por los informadores distraídos o imparciales. Las noticias no las dan sólo los medios de comunicación; nos las podemos encontrar en nuestra comunidad de vecinos, en nuestro barrio, en nuestro trabajo, en nuestra ciudad o muy cerca de ella. Y las noticias no van en una sola dirección; fijémonos en las positivas y divulguémoslas, como un antídoto contra las que enrarecen el aire y la vida misma.
El nuevo curso acaba de empezar; ¿se ha enriquecido nuestro bagaje con sano optimismo y con esperanza, o más bien esta rara mercancía se nos ha gastado un poco más? La respuesta no está sólo fuera de nosotros, sino sobre todo dentro de nosotros, en la medida en que hayamos madurado y crecido.