Te invitan a la Mariápolis. Y eso ¿qué es? Te dicen que no se puede explicar; que hay que vivirlo.
Llegas a Cuenca un 1 de agosto a las 6 de la tarde sin saber qué pintas allí. En la recepción te hacen esperar un buen rato para decirte dónde vas a comer y a dormir. ¡Hombre, un librito explicativo con plano y todo…! Lo cual no impide que des más vueltas que una peonza por una ciudad desconocida. Llegas al hotel (por llamarlo de alguna manera) y te reciben con mucha cordialidad pero sin ascensor: ¡hala, cuatro pisos con la maleta a cuestas! Mira por dónde, aparece una especie de botones muy simpático que te lleva los bártulos y te hace la cama. Ya instalado, te pones a leer el librito para ver de qué va todo esto. Pero nada más abrirlo te dicen en cuatro idiomas que eso lo tienes que descubrir por ti mismo. ¡Vaya por Dios!
Al día siguiente llegas al polideportivo a la hora indicada y oyes a un grupo de chicas y chicos cantando en el escenario. Bueno, por lo menos no cantan mal del todo. Detrás de ellos, un decorado con letras grandes: “Una cultura nueva: respuesta a los retos de hoy”. El mismo que aparecía en la invitación. Un poco pretencioso, ¿no?
Suben varias personas y reconoces entre ellas al supuesto “botones”. ¡Qué chasco! Te cuentan su vida micrófono en mano y lo que dicen te suena extrañamente familiar: cómo aterrizaron en la Mariápolis y qué sintieron. ¡Qué valor: abrir así el corazón delante de casi mil personas, cada una de su padre y de su madre!