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EDUCACIÓN

Jesús García

Más allá de los límites
No hace mucho, una madre que asiste asiduamente a charlas y cursos de formación para padres me planteó su desaliento, fundamentalmente provocado porque no apreciaba ningún progreso en ella como madre y –lo que consideraba aún peor– tampoco lo veía en la educación de sus hijos. En un acto de extrema sinceridad exponía sus contradicciones y frustraciones. Contradicciones y frustraciones que ella, como madre, experimentaba a pesar de tanta información, formación y recursos como conocía. Y sobre todo me planteaba que en no pocas ocasiones se encontraba haciendo todo lo contrario de lo que había aprendido o comprendido acerca de la educación sobre sus hijos. En definitiva, muchas veces la educación de nuestros hijos nos lleva al “límite”. Cuántas veces hemos hablado de la necesidad de poner límites a la educación de nuestros hijos para ayudarles a crecer, pero nosotros, padres y madres, también tenemos “límites”. Cuando la paciencia se nos acaba y nos encontramos ante la agresividad o incluso la violencia, cuando todos nuestros esfuerzos parecen desembocar en ninguna parte, cuando la respuesta que esperamos de nuestros hijos no llega, cuando nos parece que estamos perdiendo el control sobre la situación..., los padres nos encontramos ante nuestro límite y nuestros límites. Por una parte, nos encontramos ante nuestros propios límites como educadores y como personas: sin recursos, sin propuestas, sin estrategias… Y, por otra, el proceso de crecimiento de nuestros hijos nos sitúa ante el límite de la educación. Aparecen los conflictos no resueltos (o resueltos inadecuadamente), las frustraciones, la sensación de fracaso o la impotencia ante las influencias negativas que nuestro hijo está recibiendo del exterior. No resulta fácil afrontar estas circunstancias y, en la mayoría de los casos, tendemos a huir de las formas más sofisticadas: desde echar la culpa a influencias externas hasta la queja, desde el lamento por lo que podía haber sido y no es hasta posturas de desafecto o cierta ofensa, etc. ¿Qué podemos hacer en estas ocasiones? Me permito compartir con ustedes algunas propuestas: –En primer lugar es importante saber aceptar la situación que como padres o madres estamos viviendo y experimentando. Es importante aceptar que hemos llegado al límite, que no sabemos por dónde tirar. Esta aceptación no es una resignación pasiva, sino un reconocimiento congruente de lo que sentimos y vivimos. Y es también la aceptación serena de que tenemos el derecho a equivocarnos. Desde esta postura existencial estaremos en situación de comprender que cuando nos equivocamos es más útil centrarnos en cómo actuar correctamente en el futuro que perder el tiempo en lamentarse por haber fallado. –A partir de aquí, sobre todo si nuestro hijo es ya un adolescente, volvemos a mirar a nuestro hijo. Quizás nos damos cuenta de que ya no es el niño que era ayer; quizás nos daremos cuenta de que necesita ponernos a prueba para comprenderse a sí mismo; quizás nos está demandando un mayor grado de autonomía o quizás es el momento de volvernos a plantear ciertas formas de educarlo. Es el momento en que podemos tomar conciencia de que seguimos teniendo capacidad para seguir aprendiendo… quizás de ellos. –Una vez comprendido esto, es importante que nos mantengamos firmes en nuestros valores y normas, que son los que inspiran los límites que les ponemos. Es decir, no desfallecer en nuestro esfuerzo por educarlos. Una forma de huida o evasión es traicionar nuestras convicciones más profundas. Otra cosa muy distinta es que los sigamos proponiendo con el mismo método que cuando eran todavía niños. Es, por ejemplo, el momento de ayudarlos a que aprendan a plantear preguntas críticas sobre los temas y que no se limiten a ser simplemente rebeldes o contestatarios ante nuestras pretensiones. –Finalmente, aunque el tema da para mucho más, es el momento de que nos situemos en una postura más testimonial y afectiva que “de conocimientos”. Llega un momento en que nuestros hijos “lo saben todo”, pero necesitan un referente claro, un testigo vital que les muestre los efectos beneficiosos de ciertas situaciones. Esto es muy complejo, porque ya no es un “dictado” de normas sino una experiencia vital y, como tal, es mucho más compleja. Quisiera acabar con un fragmento de Chiara Lubich que, como padre y educador, me sirve de estímulo a seguir adelante en mi labor educativa: «Jesús abandonado, que ha superado su infinito dolor añadiendo: “En tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46), nos enseña también a ver la dificultad, el obstáculo, la prueba, el error, el fracaso, el dolor, como algo que afrontar, amar, superar». No se trata de recetas ni de fórmulas mágicas; más bien estamos ante un reto existencial, ante cierta novedad que nos pide experiencias arriesgadas de las que posiblemente nacerán propuestas que ayudarán a otros padres. lungar@telefonica.net



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