El 19 de junio el Papa dio comienzo a un año especial dedicado a los sacerdotes de todo el mundo. Nuevos retos y esperanzas.
Curas pederastas u homosexuales, párrocos que se fugan con sus amantes, obispos con hijos naturales… Los medios de comunicación mundial están sedientos de noticias negativas sobre los sacerdotes. ¿Por qué? Tal vez porque inconscientemente en nuestra cultura está arraigada la idea de que el sacerdote es un hombre perfecto, idea basada sin duda en el ejemplo de comportamiento y de virtud que han dado durante siglos muchos clérigos ejemplares. En el imaginario colectivo, el sacerdote sigue siendo la persona que más tendría que parecerse a Cristo. Por eso chocan todavía más y son noticia los relativamente pocos sacerdotes que se encuentran en situaciones de inmoralidad grave o delictiva. Sencillamente, no nos lo esperaríamos. Por ese motivo, este tipo de noticias fomenta la desconfianza de la gente hacia la figura del sacerdote y hacia una institución, la Iglesia, que sigue siendo la única certidumbre en un mundo que va a la deriva, sobre todo en el viejo continente.
Aunque el porcentaje de católicos en el mundo se mantenga casi constante al 17,33 por ciento (datos de 2007), los datos estadísticos confirman la disminución de las vocaciones sacerdotales, sobre todo en el llamado “primer mundo”. En Europa ha habido una disminución del 6,8 por ciento; en Oceanía, del 5,5 por ciento; y en América, del 1 por ciento. Aumentan las vocaciones sólo en África y en Asia: 27,6 y 21,2 por ciento respectivamente. El resultado en su conjunto es de un crecimiento numérico de sacerdotes en el mundo (de 405.178 en 2000 a 408.024 en 2007), lo cual no debe llamarnos a engaño.
Como escribe el jesuita Giuseppe de Rosa en “La Civiltà Cattolica”, estamos frente a «una tendencia que difícilmente cambiará de dirección en el futuro, dado el creciente secularismo que existe en el mundo moderno, la crisis de la familia nuclear que no es capaz de transmitir a los hijos los valores cristianos y humanos que pueden predisponer a los jóvenes a escuchar la llamada al sacerdocio, y la escasez de figuras sacerdotales que constituyan modelos de vida».
Las consecuencias sobre la calidad de la vida de los sacerdotes y de la relación entre ellos y con sus comunidades resultan evidentes. En Europa y en Estados Unidos, muchas parroquias se quedan sin sacerdotes. El trabajo se multiplica, lo que conlleva «grandes problemas para su vida espiritual y cultural». Se corre el riesgo que la vida de los sacerdotes se reduzca a llevar a cabo una serie de funciones litúrgicas mientras que su relación con sus prójimos es prácticamente nula.