Mientras iba hacia allí, a donde se compraba la leche, sentí que Dios me llamaba, me detuve de pronto, era como si me dijese: «Date toda, date toda a mí». [...] Volví a casa y escribí una carta llena de entusiasmo a un sacerdote contándole todo esto. No recuerdo qué escribí, pero [...] me dio permiso para consagrarme inmediatamente para toda la vida.
El 7 de diciembre de 1943 fui sola. Se había desatado una gran tormenta; tenía la impresión de que el mundo estaba contra mí. [...] Me habían preparado un banquito cerca del altar y llevaba en la mano un misal pequeñito. Pronuncié la fórmula con la que me consagré a Dios totalmente para siempre. Me sentía tan feliz que quizá ni me daba cuenta de lo que estaba haciendo, porque era muy joven. Solo en el momento en que pronuncié la fórmula tuve la impresión de que un puente se derrumbase a mis espaldas; que ya no podía volverme atrás porque era totalmente de Dios, por lo tanto no podía dar marcha atrás. Y en aquel momento me cayó una lágrima sobre el misal.
¡Pero la felicidad era inmensa! [...] Desposaba a Dios, por lo tanto me esperaba todo el bien posible: ¡Será fantástico, será una divina aventura, extraordinaria!
(Fragmento de una charla en Rocca di Papa, 20 de diciembre de 1984)
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