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El papel de los laicos, las mujeres y las comunidades

Por Victoria Terenzi y Javier Rubio


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«Más que decir que la Iglesia tiene una misión, afirmamos que la Iglesia es misión. “Como el Padre me ha enviado, también yo os envío” (Jn 20,21); la Iglesia recibe de Cristo, enviado del Padre, su propia misión». Son palabras del Informe de Síntesis de la primera sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del sínodo de obispos. El texto, aprobado por amplia mayoría, consta de tres partes y ofrece una lectura de la realidad presente y da pistas para el futuro.
En la iglesia sinodal «los sacramentos de la iniciación cristiana confieren a todos los discípulos de Jesús la responsabilidad de la misión de la Iglesia. Los laicos y laicas, los consagrados y consagradas y los ministros ordenados tienen la misma dignidad». En este contexto se habla de la misión de los laicos, que «contribuyen vitalmente a realizarla en todos los ambientes y en las situaciones más cotidianas […]. Los jóvenes, en particular, con sus dones y fragilidades, a medida que crecen en la amistad con Jesús, se convierten en apóstoles del Evangelio entre sus coetáneos». Es importante además no clericalizarlos: «En algunas situaciones, puede suceder que los laicos sean llamados a suplir la escasez de sacerdotes, con el riesgo de que disminuya el carácter propiamente laical de su apostolado. En otros contextos, puede suceder que los sacerdotes lo hagan todo y los carismas y ministerios de los laicos sean ignorados o infrautilizados».
Interesante es la reflexión sobre el papel de las mujeres, reclamando mayor reconocimiento y un aumento de sus responsabilidades pastorales: «Las mujeres constituyen la mayoría de los fieles y a menudo son las primeras misioneras de la fe en la familia. Las consagradas, en la vida contemplativa y apostólica, constituyen un don, un signo y un testimonio de fundamental importancia. La larga historia de mujeres misioneras, santas, teólogas y místicas es una poderosa fuente de inspiración y alimento para las mujeres y los hombres de nuestro tiempo». En cuanto su acceso al ministerio diaconal, las posiciones han sido varias. «Algunos consideran que este paso sería inaceptable, ya que estaría en discontinuidad con la Tradición –se lee en el texto–. Para otros, sin embargo, conceder a las mujeres el acceso al diaconado restauraría una práctica de la Iglesia primitiva. Otros ven en este paso una respuesta adecuada y necesaria a los signos de los tiempos, fiel a la Tradición y capaz de encontrar eco en el corazón de muchos que buscan una renovada vitalidad y energía en la Iglesia. Algunos expresan el temor de que esta petición sea expresión de una peligrosa confusión antropológica, acogiendo con agrado que la Iglesia se alinee con el espíritu de los tiempos».
También se ha hablado de las asociaciones laicales. «Su valor reside en la promoción de la comunión entre las diversas vocaciones, en el ímpetu con el que anuncian el Evangelio, en su cercanía a quienes experimentan la marginación económica o social, y en su compromiso con la promoción del bien común». Es importante, pues, examinar cómo «las asociaciones laicales, los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades pueden poner su carisma al servicio de la comunión y de la misión en las iglesias locales, contribuyendo al progreso hacia la santidad mediante una presencia que sea profética».
Muchos son los temas recogidos en el informe; desde la formación a la afectividad hasta varias cuestiones abiertas sobre las que se podrá ahondar el próximo año durante la fase final del proceso sinodal.  El informe de síntesis será de ayuda para recorrer este camino, a la luz del Espíritu Santo.
 

Piero Coda1: una semilla de vida nueva

Estábamos en el Aula Pablo VI y me impresionó esa escultura de Cristo Resucitado que surge como de un cráter oscuro que representa el odio, la violencia y la destrucción. Estábamos allí orando y dialogando, en fraternidad y alegría, con la percepción de que nos sacaban de ese cráter oscuro que vemos en muchas partes de la humanidad. Ese Cristo resucitado surge de la oscuridad de la tierra, como la semilla de la que habla Jesús en el Evangelio. Creo que esta es la imagen más plástica de lo que se ha vivido en el sínodo. Es decir, la Iglesia de Jesús, desde la oscuridad de nuestro tiempo, libera una semilla de vida nueva y de esperanza. La realidad humana, tan cruda como es, si solo la vemos con ojos humanos es desesperante. ¿Qué podemos hacer ante las guerras que hay? Podemos «vivir la vida nueva» que Cristo nos ha donado en el Espíritu.
Decía la abadesa Ignazia Angelini2: Lo que estamos viviendo es un acto subversivo y revolucionario. Ante un mundo polarizado en el que se demoniza al otro y se destruye al adversario, nosotros estamos llamados a caminar juntos, con la gracia del Espíritu Santo. No podemos seguir sucumbiendo a la pregunta que a veces también se da dentro de la Iglesia: ¿de qué parte estás tú? 
Aun siendo una simple semilla en medio del océano, este sínodo nos ha enseñado a guardar silencio para escuchar la voz del Padre, la llamada de Jesús y seguir los impulsos del Espíritu. Como ha dicho el papa Francisco, para purificar, antes que nada la Iglesia, de los rumores, las ideologías y las polarizaciones, con el fin de ser auténticos instrumentos de paz, fraternidad y unidad en todo el mundo. 
Los mismos obispos han hecho la experiencia de lo que significa ser comunión entre ellos y con el pueblo de Dios. Juan Pablo II lo dijo en la Novo Millennio Ineunte: la casa-comunión es la frontera del nuevo milenio. Y este sínodo, tal y como lo ha planteado Francisco, va en esta dirección. Después del Vaticano II, en el que la Iglesia se redescubrió como pueblo de Dios en comunión, que camina en compañía de todos los hombres y mujeres, este sínodo quería ser una señal de que sigue adelante aquella profecía del concilio. El sínodo expresa la colegialidad entre los obispos, pero ahora además ha pasado de ser un evento a ser un proceso que reúne a todo el pueblo de Dios en las iglesias locales. Es el inicio de una nueva forma de Iglesia.
De alguna forma la Iglesia católica se ve empujada también en la frontera del ecumenismo. Era impresionante la presencia de los delegados de otras Iglesias. Recuerdo a un responsable de la Comunión Metodista Mundial que irónicamente decía: me siento como el hijo pródigo que vuelve a casa y no se encuentra con un hermano mayor reprochándole, sino a hermanos y hermanas que te acogen fraternalmente.
Señalo un texto de la relación final: «La Iglesia es “un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (LG 4). El Padre, mediante el envío del Hijo y el don del Espíritu, nos implica en un dinamismo de comunión y misión que nos hace pasar del “yo” al “nosotros” y nos pone al servicio del mundo. La sinodalidad traduce en actitudes espirituales y procesos eclesiales la dinámica trinitaria con la que Dios sale al encuentro de la humanidad. Para ello, todos los bautizados deben comprometerse a ejercer recíprocamente su vocación, su carisma, su ministerio. Solo así la Iglesia puede llegar a ser verdaderamente una “coloquio” en sí misma y con el mundo caminando al lado de cada ser humano al estilo de Jesús».
 

Margaret Karram3:  conversación en el Espíritu

Esta experiencia de Iglesia-comunión literalmente ha transformado mi vida, en cuanto  invitada especial, mujer, laica y presidenta de un movimiento eclesial. La presencia de los laicos, plena y completamente integrada, 70 de los cuales tenía derecho a voto, quizás sea una de las grandes novedades del sínodo. Por primera vez en la historia de la Iglesia asistían 54 mujeres con derecho a voto.
En el documento de síntesis uno de los puntos centrales se refiere al perfil misionero de la Iglesia y dice: «La Iglesia es misión». «Los fieles laicos contribuyen vitalmente a realizarla en todos los ámbitos y en las situaciones más cotidianas. Son ellos, sobre todo, quienes hacen presente a la Iglesia y anuncian el Evangelio» en los distintos ambitos de la cultura y de la sociedad.
Yo diría que las palabras que mejor describen la profunda experiencia que he vivido son cuatro: silencio, escucha, compartición y conversión. Son las etapas del recorrido que hemos hecho. Nos ha ayudado el método de conversación en el Espíritu, que no solo se basa en la escucha profunda, lo cual nos ha permitido entrar, unos en otros, en su pensamiento, su experiencia vital y su cultura, sino que se basa también en el silencio, que daba espacio a la acción del Espíritu Santo. Esto es lo que ha infundido en mi alma un amor nuevo por todos los miembros de la Iglesia, a la que he redescubierto como madre y corazón que late por cada persona y por toda la humanidad.
A medida que pasaban los días, sentía que no era solo una invitada, sino que se trataba de una llamada de Dios para estar allí, al servicio de la Iglesia. La posibilidad de compartir una experiencia espiritual al servicio a todo el pueblo de Dios, junto al Papa, los cardenales, los obispos y otros laicos, me ha abierto horizontes sobre cómo los creyentes, en un mundo que parece indiferente y sin esperanzas de paz, podemos aprender a escuchar para captar el don que toda persona es. Las diferencias de cultura, lengua y estado social no han sido obstáculos. Al contrario, he comprendido lo mucho que todo ello puede transformarnos.
Me gustó algo que dijo el padre Timothy Radcliffe: lo más atrevido que podemos hacer en este sínodo es ser sinceros sobre nuestras convicciones, pero también sobre nuestras dudas y preguntas para las que no tenemos una respuesta clara. Si así lo hacemos, nos acercaremos unos a otros, como compañeros que buscan, como discípulos que mendigan la verdad. Y eso es lo que he experimentado en las sesiones, en las que los laicos teníamos el mismo derecho a hablar que los prelados, aportanto la complejidad de los sectores de humanidad que representábamos. […]
Del documento de síntesis me ha dado gran alegría el último párrafo de la parte dedicada a las mujeres, ya que expresa muy bien el deseo común de la asamblea sinodal, si bien es un camino por recorrer. Dice así: «Deseamos promover una Iglesia en la que hombres y mujeres dialoguen para comprender mejor la profundidad del plan de Dios, en el que aparecen juntos como protagonistas, sin subordinación, exclusión ni competencia».
 

Enrique Alarcón4: igualdad y respeto

¿Cuál piensa que ha sido el punto diferencial de este sínodo?
Me ha sorprendido el espíritu de concordia y fraternidad que estamos viviendo desde el primer momento. Ni una sola vez he apreciado un gesto de rechazo o distanciamiento por el hecho de ser laico. Tampoco por mi situación de gran discapacidad, donde podría esperarse algún tratamiento de carácter paternalista o dolorista. También tengo que decir que esta cercanía humana debería hacerse realidad en la vida ordinaria de nuestras parroquias y diócesis, especialmente entre el laicado y los ministros de la Iglesia.
Me ha impactado el modo de trabajar: las «mesas redondas». Un verdadero espacio de igualdad y respeto en la acogida de lo expresado por los demás. Todos a la misma altura, sin otra distinción que ser miembros, hermanos y hermanas del Pueblo de Dios. Y  sobre todo lo que más me ha conmovido es la metodología de la «escucha en el Espíritu Santo» basada en el silencio, la oración y la escucha mutua para, juntos, intuir, acoger y discernir aquello que suscita el Espíritu.
¿Puede explicarlo algo más?
La primera gran sorpresa de este sínodo fue la decisión del papa Francisco en consultar a todo el Pueblo de Dios, insistiendo en querer escuchar la voz de los últimos, de los excluidos. Un ejemplo podemos verlo en la consulta especial para las personas con discapacidad. Aquel hecho que recibimos con inmensa alegría y a la vez perplejidad. Por otra parte, los «invitados a este nuevo Pentecostés», hombres y mujeres laicos, vida consagrada y  obispos, incluso un laico con gran discapacidad. Todos juntos compartiendo en sinodalidad y desde una auténtica cercanía fraternal. Confiamos que esta experiencia sinodal vaya dando sus frutos en diócesis y parroquias.
Desgraciadamente, vivimos en un mundo polarizado y encerrado cada cual en «mis verdades» por las que se separan y se enfrentan. Esta realidad también afecta a la Iglesia. De ahí urge la metodología sinodal que nos impulsa a mirar la verdad que Dios Padre revela en Cristo y nos pide centrarnos en las Bienaventuranzas como estilo de vida.
 
 
 
 
 
1 Secretario de la Comisión Teológica Internacional. El texto reproduce su intervención en la Primera Lección sobre el Sínodo, organizada por el centro Evangelii Gaudium y el Instituto Universitario Sophia, el 6 de noviembre de 2023. 
2 En el retiro previo a las sesiones del sínodo los predicadores designados fueron el dominico Timothy Peter Joseph Radcliffe y la benedictina María Ignazia Angelini.
3 Presidenta del Movimiento de los Focolares. El texto reproduce su intervención en la Primera Lección sobre el Sínodo, organizada por el centro Evangelii Gaudium y el Instituto Universitario Sophia, el 6 de noviembre de 2023.
4 Uno de los 21 españoles que participaron en el sínodo; presidente de CLM Inclusiva Cocemfe y expresidente de Frater (Fraternidad Cristiana de Personas con Discapacidad). Reproducimos aquí parte de la entrevista publicada por la revista Omnes, accesible en esta dirección:  https://omnesmag.com/actualidad/entrevista-alarcon-sinodo/




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