«En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13,35)
Jesús está sentado a la mesa con sus amigos. Es la última cena antes de dejar este mundo, el momento más solemne para entregar su última voluntad, casi un testamento: «Como yo os he amado así os améis también vosotros los unos a los otros»[1]. Ésta será a lo largo de los siglos la característica que permitirá identificar a los discípulos de Jesús: ¡en esto todos los conocerán!
Así fue desde el principio. La primera comunidad de creyentes de Jerusalén gozaba de la estima y la simpatía de todo el pueblo precisamente por su unidad[2], hasta tal punto que cada día se unían a ella nuevas personas[3].