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La mentira en la trastienda del poder político

Ginés Marco Perles

La mentira es amplificada y sus efectos psicológicos son devastadores. Y lo peor es que la víctima puede llegar a ser toda la comunidad internacional.


La veracidad en la política o, más bien, su contrario, la mentira, constituyen –parafraseando a Ortega– «el tema de nuestro tiempo». La disolución del sentido de las palabras verdad y mentira en declaraciones políticas recientes eleva a rango de actualidad un tema central en las relaciones político-institucionales y en las decisiones gubernamentales. El uso de la mentira edulcorada aceptada socialmente e, incluso, a los ojos de algunos, justificado para la acción política, es una recomendación que no ha dejado de prodigarse a lo largo de la Historia.
En cierto sentido, toda acción política tiene que jugar con las apariencias, al menos con la verosimilitud. En la medida en que se refiere al futuro, la acción de Gobierno no puede ser ni verdadera ni falsa, sino solo posible. Lo mismo ocurre con la promesa del político, solo puede ser más o menos verosímil, es decir, creíble. Solo quien promete puede saber hasta qué punto está más o menos dispuesto a realizar el contenido de su promesa y asumir el coste. Sin embargo, los receptores habitualmente no pueden enjuiciarla sin incurrir en riesgo de equivocarse. No obstante, toda acción de gobierno, aunque mire hacia el futuro, está alimentándose de interpretaciones de la realidad que pueden ser más o menos ajustadas y, por tanto, más o menos veraces.
Por desgracia, es un tópico pensar que quien quiere adquirir y mantener el poder no ha de tener reparo en usar la mentira. Siente uno escalofríos cuando lee en el discurso de Max Weber, La política como profesión, lo siguiente: «quien no esté dispuesto a perder su alma no puede dedicarse a la política». La contrafigura que Weber describe del político es el santo, es decir, aquel que vive en la coherencia del Sermón de la montaña pronunciado por Jesucristo y dirigido a toda la humanidad. 
Uno de los primeros filósofos que hablan del uso de la mentira en la política es Platón. En su conocido diálogo República, afirma que «la verdad merece que se la estime sobre todas las cosas, pero la mentira puede ser útil a modo de medicina». Se refiere en concreto al controvertido «mito de los metales», interpretado con frecuencia de modo superficial como clasismo, en el que a los hombres se les cuenta una historia explicativa –hoy diríamos relato­– de por qué unos han de asumir la responsabilidad sobre el gobierno de la ciudad, mientras que otros solo han de dedicarse al regocijo de su vida privada porque son ineptos. A pesar de la frase literal que acabo de citar, Platón es un mal ejemplo del uso de la mentira en la acción política, pues su objetivo al relatar esa fantasía no es engañar, sino enseñar que los mejores han de gobernar.

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