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Confieso que…

Jesús Morán


Amo este mundo tal como es porque es el espacio vital en el que se desenvuelve mi existencia. Me ha acogido permitiéndome así escapar de la nada, entrelazando mi corporeidad con otras y con la naturaleza. Amo la época del mundo que me ha tocado vivir, por suerte o providencialmente, como la más hermosa. Releer a algunos de mis autores favoritos (en particular Rémi Brague y Fabrice Hadjadj) me suscita algunas confesiones.
Confieso que no quiero someterme a la dictadura de lo políticamente correcto que imponen el Estado y el Mercado. Y no porque me adapte cómodamente al pensamiento dominante, o para ser aceptado por todos, o para dialogar sin ser juzgado de entrada. Confieso que no quiero entrar en polarizaciones extremas por cualquier cosa, aún a costa de encajar golpes dialecticos y vivir discutiendo continuamente mis posiciones.
Confieso que me fascina pensar la vida más como respuesta libre y creativa a una tarea que me ha encomendado el Absoluto (al que considero Amor), que como un proyecto personal que mi “yo” tiene como punto de partida y de llegada. Confieso que sigo convencido de algo que decía mi profesor de filosofía moderna: «Hay que amar a Dios sobre todas las cosas, aún a riesgo de que Dios no exista». Confieso que no me avergüenzo de ser simplemente humano. No me fastidia –diría Dostoievski– ser de carne y hueso, frágil, susceptible de caer enfermo y mortal. No ambiciono una existencia artificial, abstracta y universal, con una inteligencia constituida por dispositivos instalados en mi cerebro. Confieso que no creo en la naturaleza como una Diosa a la que debamos absoluta devoción. Estoy convencido de que estará mejor custodiada si la pensamos en el contexto de la Creación bíblica, es decir, encomendada al ser humano, que también ha sido creado y por tanto no es su patrón despótico.
Confieso que doy gracias por haber nacido en una familia tradicional, donde he aprendido los valores del amor, la honestidad, la laboriosidad, el respeto, el sacrificio, la prudencia, la riqueza de lo masculino y lo femenino. Una familia que me ha transmitido el sentido de estar abierto a todos para construir una familia grande como la humanidad. Confieso que no puedo creer en una fraternidad universal sin padres ni madres. Confieso que creo en la razón, pero al mismo tiempo temo eso que Giambattista Vico llamaba «la barbarie de la reflexión», que nos quita la esperanza porque, come afirmaba Leopardi, la razón debe arrojar luz, no provocar un incendio. Confieso que creo en la dignidad de todo ser humano, en todas las condiciones existenciales y fases vitales, como un valor no negociable y como aval de una sociedad más justa, participativa, igualitaria y libre.

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