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Manos Unidas al descubierto

Ana Moreno Marín

Una perspectiva sobre esta ONG católica, que cumple 50 años, desde la mirada de sus propios trabajadores.
Hace una tarde totalmente primaveral; son las 16.30 y me dirijo a Barquillo, 38… Sí, eso es, la sede central de Manos Unidas, en pleno centro de Madrid, a dos pasos de Cibeles. Mª Eugenia, del Dpto. de Medios, me recibe y juntas recorremos las laberínticas oficinas, casi vacías. «Por la mañana hay muchísima actividad; es cuando están los voluntarios y los empleados», dice. Aquí trabajan 92 contratados y unos 300 voluntarios a la semana. En toda la temporada, 4.500. «El perfil es: mujer de entre 30 y 90 años, aunque últimamente hay muchísimos hombres prejubilados». ¿Y no hay jóvenes? «Es muy difícil que haya. Primero porque necesitan ver de forma directa el resultado de su trabajo, creo; y segundo, porque están estudiando e intentando solucionarse el futuro. Vienen muchísimos, pero no duran porque encuentran un trabajo, y ya sabemos cómo es ahora, les ocupa todo el tiempo», contesta. Mª Eugenia tiene el pelo claro, la voz grave e infunde una gran tranquilidad y fortaleza. Comenzó colaborando en Manos Unidas en el 86 y lleva trabajando desde el 95. «La presidenta me invitó a la India y marcó mi vida. Luego he tenido la suerte de ver otros países y ver en acción a los misioneros. Es algo insólito cuanto menos, la más profunda y solidaria de las caras de la Iglesia. Gente que se marcha sin fecha de caducidad, con ahínco, fe, profesionalidad… Un ejemplo». Mientras hablamos hecho un vistazo al departamento y un pequeño marco llama mi atención: “Otro mundo es posible”. Una sonrisa cómplice se me dibuja inevitablemente. Seguimos hablando. Tras trece años, asegura que nunca ha perdido la esperanza: «He tenido muestras palpables de la solidaridad de la gente. Hay millones y millones de personas peleando por lo mismo que nosotros y, además, tal y como vivimos no tenemos derecho a perderla». Hace poco estuvo en Benín, donde «hasta una simple tirita hay que pagarla», algo inconcebible en nuestro sistema público sanitario. Me sorprende un dato. Mª Eugenia me asegura que el Gobierno ha cumplido su compromiso con el Desarrollo: «Se ha comprometido al 0,7% para el final de esta legislatura, veremos qué hace, pero hasta ahora ha cumplido». Es un atisbo de luz en un mundo en el que se requiere voluntad política y económica. Hoy 963 millones de personas padecen hambre. Los ingresos de Manos Unidas en 2007 superaron los 62 millones de euros, una cifra récord. Le pregunto por este año y la crisis: «Los números de 2008 todavía no se han cerrado, pero sí es cierto que se ha notado. Aunque este año los ingresos no han aumentado, tampoco han disminuido, lo que es muy significativo teniendo en cuenta la época que atravesamos». 828 proyectos en 60 países en 2007 hablan por sí mismos de la labor de esta ONG. En este paseo por Manos Unidas recorro los proyectos de América, África y Asía y Oceanía a través de sus coordinadores. Juan Antonio Misert es el de América. Desde que se jubiló, hace nueve años trabaja en Manos Unidas; y con él otras 40 personas. «En América la diferencia es que el tejido social es bastante más avanzado, lo que permite elaborar proyectos de desarrollo con más potencialidad. Aunque –afirma– es difícil, la continuidad es compleja». Desde su primer viaje a Bolivia hace ocho años ha llovido mucho, pero le sigue impactando. «Mi último viaje fue en abril de 2008. Sobe todo me conmocionó Potosí; fue un viaje durísimo. Estábamos a 4.000 metros, todo pura pendiente; el objetivo era llevar allí arriba agua a cinco familias, unas 30 personas. Y piensas: esto no tiene posibilidades. Que surtiera efecto fue milagroso y la gente estaba feliz. Es muy duro, pero te compensa, te recarga las pilas y llegas dispuesto a pelear y pedir a quien sea». El trabajo se hace en equipo, con todo lo que ello conlleva, pero aquí la rivalidad no se conoce. «Toda la lucha, si acaso, es por un ordenador cuando está todo ocupado», se ríe. Tratan de aportar lo mejor de sí mismos y Juan Antonio aúna ese esfuerzo común. «Es toda una experiencia, una segunda vida con muchas compensaciones y también preocupaciones, pero vale la pena». Juan Antonio irradia alegría, esperanza, coraje.

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