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Caminar entre las dificultades

Por un docente experimentado


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Vivo en la comunidad de los Focolares en Coslada. Me dedico a la enseñanza como profesor en secundaria de lengua castellana y literatura.
Desde mi encuentro con esta espiritualidad, siempre me ha acompañado lo que llamo el núcleo duro del evangelio: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas… y al prójimo como a ti mismo». A lo largo de los años, cada vez que la vida tocaba alguno de esos aspectos se producía una especie de terremoto interior. Hubo un período en que sentía fortísimo la llamada a la paternidad. ¿Me había equivocado en mi elección de vida?, ¿era un nuevo planteamiento vocacional? No. Dios me pedía vivir plenamente la paternidad espiritual hacia el prójimo y me daba la posibilidad de hacerlo en el hoy de mi vida. Así que los cumpleaños o navidad son ocasiones para contactar con mis antiguos alumnos o con los de otros curso para ponernos al día. 
Una vez, felicitando por su cumple a uno de ellos, que trabajaba en Londres, ya medio independizado de la familia, me comentó que su novia estaba embarazada. Se habían planteado la posibilidad de abortar, pero quería saber mi pensamiento, aunque lo conocía muy bien. Hablamos del misterio de la vida… Tomaron la decisión de formar una familia y seguir adelante con la vida del que hoy es su hijo. 
Durante la fase más dura de la pandemia dos de mis alumnos se encontraron con que sus padres estaban ingresados. Ellos estaban solos confinados en casa. Cuando concluíamos las clases online sobre Cervantes o los sujetos y predicados, pasábamos a las de cocina y lavadora…  Y lo más importante, vivir con ellos la incertidumbre del momento.
Pero, demos un salto en el tiempo. 2021 lo empecé con una operación que me dejó con pocas defensas. Poco después tuve que despedirme de mi madre moribunda a través de la pantalla del móvil. Fue un tiempo de un gran silencio y de una profunda soledad. Primer desgarro interior.  En julio me operaron de la vista y quedé con diplopía. Después de toda una vida dedicado a la enseñanza, ahora no podía leer, desarrollar mi profesión, ser independiente… Todo había cambiado en esos veinte minutos que duró la operación. No estaba preparado. Mi vida entró en un túnel: tener que depender de los demás, no poder realizar muchas tareas concretas o asumir que no hay una solución médica clara.
Pasaban las semanas, los meses y todo seguía igual… sin cambios en la vista y, por lo tanto, sin volver a la normalidad: sin poder dar clases y, en cierto modo, perder esa paternidad de la que hablaba antes… Experimentaba como un segundo desgarro íntimo, y a veces con poco sitio para la esperanza. Nunca me (o le) he preguntado por qué, pero estoy seguro de que hay un para qué, aunque yo lo desconozca. Dios no me «ha quitado» o se ha apropiado de nada, simplemente ha vuelto a recoger lo que de mí es suyo.
Entre las grandes lecciones de vida que he aprendido de mis padres una es la de caminar por entre las dificultades. Y la otra, que el dolor no puede ser autorreferencial: ¿qué es mi dolor ante el dolor del inocente en una guerra? Además, esta espiritualidad me da la llave para transitar en la oscuridad: vivir en el amor, hacer actos de amor, como acoger a quienes vienen a casa, o llamar a quien sé que está en necesidad. Sin darme cuenta, el primer beneficiado del amor al prójimo soy yo: ese bucle vacío de esperanza se rompía. La unión con Dios se abría camino en mi vida.
Así, lo que antes eran simples rezos, se ha ido transformando en oración, en diálogo profundo con el Amado, con Jesús. Revisar el día, confiarle situaciones, dar gracias… Vivir con Dios en la cotidianidad de la vida. Volvía a encontrar la esperanza.
Sin duda alguna, el amor de Dios flanquea mi vida con mis compañeros de comunidad, del cole, con esos locos adolescentes que son mis alumnos… Me he sentido y me siento profundamente acompañado por ese amor-ternura de cada uno. Esa paternidad vivida con ellos volvía con pequeños gestos. Dios Padre sale a mi encuentro para llevarme de la mano.
Por eso hoy, cuando miro hacia atrás, no encuentro amargura, nostalgia o tristeza sino un agradecimiento profundo a Dios por todos los dones, talentos, relaciones que Él me ha dado y por la posibilidad de haberlos desarrollados plenamente. Y cuando miro el futuro, la vida que Dios me dé, quiero dejarme sorprender, vivir este gran regalo que es la vida con Dios.




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