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Jóvenes dispuestos al martirio

Bruno Cantamessa (Città Nuova)

Los tribunales iraníes fuerzan la interpretación del delito de moharebeh (guerra contra Dios) para poder aplicar la pena de muerte. Quieren acabar con las protestas a cualquier precio.


Paradójicamente, las protestas contra el sistema instaurado por los ayatolás conservadores en Irán, que elimina cualquier tipo de reformismo abierto, son muy chiitas. La reflexión sobre el  martirito del imán Husáin ibn Ali en Kerbala, en el año 680, a lo largo del tiempo ha dado pie, en el ámbito chiita, a una profunda consideración por el sufrimiento y el fracaso como elementos positivos de la dimensión ética de la vida. Todo sincero creyente chiita valora el culto al martirio (shahadat) y la disposición a sacrificar su vida por el bien común, hasta incluso oponerse a la tiranía y la injusticia. En la narrativa del régimen ese deber hay que orientarlo a los enemigos tiránicos por excelencia: israelíes, americanos e infieles.
Sin embargo, parece que el pueblo iraní hubiera elaborado colectivamente una lectura nueva e imprevista de tal deber; a saber: oponerse al régimen opresivo de los ayatolás conservadores, aun a costa del martirio y por el bien de todos. Al final, son precisamente el poder y la opresión del régimen los que empujan a mucha gente al sacrificio por la liberación del pueblo. Es lo opuesto a la tesis oficial obstinadamente sostenida por el aparato, para quien las revueltas son todas culpa de los enemigos externos, que corrompe a algunos y son pocos, deshonestos y criminales.
El lunes 12 de diciembre, Majid Reza Rahnavard, de 23 años, fue ahorcado en una grúa con la cabeza cubierta por un saco. Fue una ejecución en plena calle en Mashhad, una gran ciudad a casi mil kilómetros al este de Teherán. Y resulta emblemático, porque la palabra mashhad significa santuario, entendido como lugar donde está sepultado un mártir. Después de apalearlo, Majid confesó que durante una manifestación había matado a puñaladas a dos guardias basij (policía moras iraní). Al régimen no le vale tener en cuenta que los basij han asesinado desde el mes de septiembre hasta hoy a unos 488 manifestantes, según la organización Iran Human Rights (más de 500 según otras fuentes, obviamente no oficiales).
La ejecución de Majid muestra evidentes y macabros fines intimidatorios, después de que cuatro días antes fuera ahorcado otro manifestante, esta vez en una cárcel cerca de Teherán. Se llamaba Mohsen Shekari y también tenía 23 años. Lo habían acusado de bloquear el tráfico y haber herido a un basij con intención de matarlo. Y por dinero. Al menos esa es la tesis de la acusación. La de la defensa no se conoce, pues simplemente no había defensa. En ambos casos el tribunal declaró unilateralmente que se trataba de un crimen de moharebeh, es decir, guerra contra Dios, que implica pena de muerte.

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