El documento entregado al papa Francisco1 habla de la inserción en la Iglesia de las personas con discapacidad. ¿Qué pasos se han dado y cuáles hay que dar todavía? Según mis pesquisas, el primer documento totalmente dedicado a las personas con discapacidad es una Declaración Pastoral de los obispos católicos estadounidenses, con fecha 16 de noviembre de 1978, que publicó la Conferencia Episcopal Estadounidense como instrucción pastoral. Posteriormente, 1981 fue el Año de las Personas con Discapacidad, lo cual dio un fuerte impulso para reflexionar sobre su presencia en la Iglesia. En estos cuarenta años se ha conseguido llegar a la siguiente conclusión: las personas con discapacidad que han sido bautizadas son miembros del pueblo de Dios a título pleno, y son un don para la Iglesia, que es responsable de sus necesidades espirituales. Aún así, mientras en algunos países, como Francia, hay monjas y frailes con síndrome de Down, en otros lugares la persona con discapacidad es rechazada. Hay que seguir trabajando para acortar la distancia y el paternalismo con respecto a ellos. Estoy positivamente impresionada por la perseverancia, la coherencia y la sensibilidad del doctor Vittorio Scelzo, del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, a la hora de comprender esta necesidad. Gracias a él, el texto entregado al papa ha sido fruto de un trabajo sinérgico entre personas con discapacidad y otras que trabajaron con ellas.
Hablamos con la polaca Aleksandra Brzemia-Bonarek. Ella y su marido, Piotr, en 2018 fueron nombrados miembros del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida. Aleksandra y Piotr se casaron hace veintidós años y tienen cinco hijos.
–¿Realmente las personas con discapacidad son el centro de nuestras comunidades?
–Las personas con discapacidad, en virtud del bautismo, son creyentes dotados de la misma dignidad de hijos de Dios, y tienen vocación a evangelizar. La parroquia es la «primera puerta de acceso a la Iglesia y a los sacramentos» y es responsabilidad de los sacerdotes y de los laicos asegurar que esta «puerta esté siempre abierta a ellos». Es necesario garantizarles que puedan participar activamente en todas las formas de la liturgia.
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