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La casa bajo el puente

Aurora Nicosia

Un punto de referencia para migrantes de paso y cualquiera que necesite ayuda.


A Maria Loreta, más conocida como Eta, la encuentro en el lugar donde pasa buena parte de su tiempo ofreciendo casa a quien no la tiene, abrazando a hijos que están lejos de sus madres, infundiendo  esperanza a quienes ya no tendrían motivos para confiar en el futuro. Estamos en Bolonia, en El Puente, un lugar que Eta y algunos otros voluntarios han recuperado de la degradación, situado justamente debajo de una arteria viaria de la ciudad. 
«Ya desde 2011 venía ocupándome de jóvenes migrantes –me cuenta– y cuando en 2015 se produjo el gran éxodo de miles de personas que desembarcaban en la cosa, tuvimos que afrontar esa emergencia. Aquel verano, como no había otra posibilidad, algunos sacerdotes ofrecieron su casa parroquial, pero no era suficiente. Así que, sabiendo que este espacio estaba abandonado, con cuarenta de ellos nos metimos aquí debajo. No había nada. Entre mayo y octubre pasaron por aquí 1.162 personas. Unos se quedaban tres días, otros una semana o un mes. Llegaban con sarna, con ampollas, con varicela… Nos echaba una mano un amigo mío médico, y nos traían comida las cocinas populares y algunos restaurantes».
El Círculo desde Libia a calle Libia, que inicialmente surgió en 2009 como comité solidario antirracista, se transformó en una asociación del municipio con sede propia. Aquí van llegando todos aquellos a los que nadie quiere. Viene a ser una especie de tránsito para los que van de camino y no saben adónde ir. Aquí hallan un refugio, a alguien que les ayuda a encontrar alojamiento, un trabajo, el asesoramiento legal… Muchos vienen del Norte de África, de Marruecos, de Túnez, de Gambia, de Senegal, aunque también pasan algunos italianos con dificultades.
Eta me cuenta que ya no tiene vida propia. Es verdad que su vida siempre ha sido muy aventurera, entre Italia y la India. Y cuando le pregunto: ¿Por qué te metes ahora en un compromiso tan gravoso?, su respuesta es simple: «Me ha ocurrido, no consigo dejarlo; a lo mejor es una dependencia», y suelta una buena carcajada. Ese mismo compromiso lo comparten con alegría y generosidad algunas voluntarias desde que hace cuatro años se pusieron en contacto con esta actividad. Fue gracias a una acción de los Jóvenes por un Mundo Unido.

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