«Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 22, 27)
El día de los Ácimos, la fiesta de Pascua, en la “sala del piso de arriba”, Jesús comparte su última cena con los discípulos. Después de haber partido el pan y haber hecho circular el cáliz del vino, les da una lección final: en su comunidad el mayor se hará el más pequeño y el que gobierna será como el que sirve.
En la narración de S. Juan, Jesús hace un gesto elocuente que indica la novedad de las relaciones que Él ha venido a establecer entre quienes son sus seguidores: les lava los pies, en contra de toda lógica común de superioridad y de mando (los apóstoles en aquella última cena se preguntaban quién entre ellos se podía considerar “el más grande”).
«Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve»
“Amar significa servir. Jesús nos dio ejemplo”, dice Chiara Lubich en un discurso suyo[1].
“Servir”, una palabra que parece degradar a la persona. Quienes sirven, ¿no suelen ser considerados habitualmente de categoría inferior? A pesar de ello todos queremos que nos sirvan. Lo exigimos de las instituciones públicas (¿no se llaman “ministros” las personas que ostentan altos cargos?), de los servicios sociales (¿acaso no se llaman “servicios”?). Agradecemos al dependiente cuando nos sirve bien, al empleado cuando nos atiende con rapidez, al médico y a la enfermera cuando nos tratan atentamente y con competencia… Si esto es lo que nos esperamos de los demás, tal vez los demás se esperan lo mismo de nosotros.
La palabra de Jesús, a nosotros cristianos, nos hace conscientes de que tenemos una deuda de amor con todos. Con Él y como Él, también nosotros, ante cualquier persona con la que convivimos o con la que nos encontramos en el trabajo, deberíamos poder repetir:
«Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve»
Además Chiara Lubich recuerda que el cristianismo es “servir, servir a todos, ver a todos como patrones: si nosotros somos siervos, los demás son patrones. Servir, servir, estar abajo, abajo, tratar de alcanzar el primado evangélico sí, pero poniéndonos al servicio de todos. (…) El cristianismo es una cosa seria, no es un poco de barniz, un poco de compasión, un poco de amor, una pequeña limosna. ¡Ah, no! Es fácil dar limosna para sentirse con la conciencia tranquila y luego condenar u oprimir”.
¿Cómo hacer para servir? En aquel discurso Chiara señalaba simplemente dos palabras: “vivir el otro”, es decir, “tratar de entrar en el otro, en sus sentimientos, tratar de llevar sus pesos”. Ponía un ejemplo: ¿cómo hago con los niños? Los niños quieren que yo juegue con ellos: ¡pues jugar! ¿Tengo también que estar con otra persona de casa que desea ver la televisión o dar un paseo? Nos surgiría espontáneo decir que es una pérdida de tiempo: “No, no es tiempo perdido, es todo amor, es todo tiempo ganado, porque hay que hacerse uno por amor”. “¿Tengo que llevarle la chaqueta justamente a ese que está saliendo o tengo que llevarle el plato a la mesa?” Sí, justamente así, porque el servicio que Jesús pide no es un servicio imaginario, no es un sentimiento de servicio. Jesús hablaba de un servicio concreto, con los músculos, con las piernas, con la cabeza; es necesario servir”[2].
«Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve»
Pues bien, ya sabemos cómo vivir esta Palabra de vida: prestando atención al otro y respondiendo con prontitud a sus exigencias, amando con los hechos.
Unas veces será mejorar nuestro trabajo, hacerlo cada vez con más competencia y perfección, porque con él servimos a la comunidad.
Otras veces será ir al encuentro de especiales peticiones de ayuda que surgen lejos o cerca de nosotros por parte de ancianos, parados, discapacitados, personas solas, o también de las que llegan de países lejanos después de catástrofes naturales, de las peticiones de adopciones o de sostenimiento de proyectos humanitarios. Quien tiene cargos de responsabilidad no tendrá actitudes odiosas de mando, acordándose de que todos somos hermanos y hermanas.
Si todo lo hacemos con amor descubriremos, como dice un antiguo refrán cristiano, que “servir es reinar”.
[1] Discurso de Chiara Lubich en Payerne (Suiza), el 26 de septiembre de 1982.
[2] Ibidem.