Hace seis años me diplomé en Fisioterapia, luego hice un máster en Osteopatía, ambas cosas en las universidades que hay en Murcia, donde actualmente resido. Tengo 27 años y vivo con mis padres y hermanos, como muchos jóvenes de hoy, porque la vivienda está cara y ahora además hay crisis. Pero esta crisis no es sólo inmobiliaria, financiera, empresarial... es sobre todo humana, pues somos los hombres y las mujeres quienes la sufrimos.
A lo largo de estos años mi situación laboral ha sido muy variada. He trabajado en un equipo de fútbol de la región, en un spa, en varias clínicas de fisioterapia y en un colegio de discapacitados físicos y psíquicos. Mi último empleo fue en una empresa de oxigenoterapia para enfermos respiratorios.
Estoy en paro desde hace dos meses. La empresa alegó bajo rendimiento laboral, aunque el trato con los enfermos y con mis compañeros era bueno. Una de mis constantes profesionales ha sido acoger a cada uno con una sonrisa y con cariño; de hecho un compañero me llamaba «Antonio Alegre». Además he pasado por todos los hospitales de la región y en todos he sido requerido como profesional. Pero esto mismo ha sido el desencadenante del despido, aunque me cuesta creer que haya celos profesionales. Así he conocido dos caras muy distintas del mundo laboral y humano.
El "shock" de ser despedido afecta a tu persona y a tu relación social. Las relaciones cambian con los demás y contigo mismo. Pasas más tiempo con tu familia, con los amigos, y el tiempo parece perder importancia. Al principio, pasar más tiempo con las personas que conoces puede crear choques de carácter, tensiones, incomprensiones… Para superarlos, me ayuda mucho “ver a Jesús” en cada persona, en cualquier situación, y amarla como si fuese lo único que tengo que hacer. Esto hace que todo cambie, y cuando todo está en paz, creas una esfera de fraternidad y sientes que así eres útil para la sociedad.