Yo conocí el Movimiento de los Focolares a través de los libros de Chiara. Os lo explico…
Estaba ya casada y tenía seis hijos, de entre ocho años y un día; es decir, el día que nació la peque, la mayor cumplía ocho años. Mi marido era arquitecto y yo trabajaba en el estudio todas las mañanas.
Un día, un focolarino, conocido de mi marido, le pidió que hiciera el proyecto de rehabilitación de una masía para ser usada como Centro Mariápolis. Él aceptó enseguida, le interesó mucho el tema. Por su formación espiritual, pensaba estar proyectando una casa para ejercicios espirituales, y cuando las focolarinas le decían con su mejor sonrisa: «Aquí podríamos poner los talleres», él respondía: «¿Pero qué talleres, no es una casa para retiros?». Así que volvía a casa diciendo: «A esta gente no hay quien la entienda, ahora me hablan de talleres…». Yo le pregunté: «Cómo es que esta gente tan rara te cae bien?, ¿ no será una secta o algo parecido?». A lo cual él respondió: «Mira, hay dos cosas por las que no pueden ser una secta: aman mucho a la Virgen y hablan bien del Papa».
En aquel tiempo yo sentía un vacío espiritual muy grande. El sacerdote con el que me confesaba y seguía frecuentemente murió muy joven de un cáncer, y no me sentía atraída, en absoluto, por el grupo en el que estaba mi marido. Pero él pensó que en ese movimiento «raro» había algo que podría atraerme. Por eso, en cada visita de obras que hacía les preguntaba si tenían algún libro de su espiritualidad, y cada vez las focolarinas le daban un libro de Chiara. Así iban quedando en un rincón de la sala de estar y yo los iba cogiendo y leyendo a fondo. Cuanto más leía, más me atraía el ideal de Chiara.
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