Aún tenemos en la retina la imagen de miles de personas huyendo de su país en el aeropuerto de Afganistán. Esa situación no es nueva, siempre ha habido migraciones a consecuencia de las guerras, los regímenes autoritarios o por problemas sociales y económicos. Y esto afecta a gente de todo tipo, incluidos los artistas.
Entre 1900 y 1950 llegaron a París artistas de todo el mundo atraídos por la libertad y las oportunidades que ofrecía la ciudad. Procedían de Rusia, Italia, Ucrania, España, Argelia, Paraguay… Algunos huían de la represión política, otros buscaban la inspiración, la libertad de expresión, el reconocimiento de su obra y su crecimiento artístico. Chagall, Kandisky, Natalia Goncharova, Sonia Delaunay, Modigliani, Mondrian, Picasso, Juan Gris… son algunos de estos artistas de cuya vida bohemia en la ciudad parisina siempre se ha ofrecido una visión romántica, dejando de lado la otra cara de la moneda: su condición de migrantes, extranjeros y refugiados que se enfrentan a la soledad y la exclusión. En 1930 surgían en Europa voces que promovían los nacionalismos y el rechazo a la influencia extranjera, lo cual les afecta directamente a pesar de que París era un refugio de tolerancia y libertad.
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