Siempre he pensado que la esperanza es lo último que se pierde. La frase está muy desgastada, pero cristianamente entendida, encierra un significado muy profundo. El hombre tiene que poner todo el empeño y los medios necesarios, pero dejar abierto el camino a la intervención divina.
Miles, millares, infinitas oraciones son necesarias en Gaza y en Oriente Próximo. ¿Cómo puede ser que la tierra predilecta de Dios sea escenario de tanta violencia? La convivencia interreligiosa de la que debe ser testimonio esa tierra no sólo es difícil, sino que parece imposible. Gaza es la punta del iceberg de un problema que data desde hace años, siglos. Es la eterna disputa entre palestinos e israelíes. Tanto derecho tienen unos como otros a vivir en esa tierra en la que sus pueblos se han forjado y desarrollado.
Gaza ha sido considerado como un gigantesco campo de concentración, entre otros, por el Cardenal Renato Martino, presidente del Pontificio Consejo de Justicia y Paz y embajador del Vaticano ante la ONU, debido al bloqueo que ha llevado a cabo Israel (suministro energético y de materias y alimentos básicos que han creado crisis humanitarias como la de marzo de 2008). Hamás desde su fundación ha llevado a cabo labores sociales con la población palestina de Gaza y a través de ella ha visto reforzada su actuación. La organización se encarga de cuidar y mantener económicamente a los familiares de sus activistas y militantes, cuenta con una amplia red de escuelas coránicas y centros de atención, y acostumbra a repartir comida entre la población en las épocas de mayor crisis económica, que en los últimos años y meses no han hecho sino sucederse. Pero no podemos obviar el hecho de que Hamás no reconoce la legitimidad del estado israelí y lo combate mediante operaciones violentas.
Israel del otro lado, sufre ataques terroristas contra sus tierras. Hamás rompe la tregua e Israel responde. Lo más triste es que después de más de mil muertos y 5.000 heridos, la destrucción parece ser el único efecto de esta ofensiva. "Israel dice que sólo pretende eliminar a los factores terroristas. Pero hay razones para dudar de si el resultado de su demostración de fuerza será ése o precisamente el contrario. ¿Cómo logrará que este dolor que está infligiendo a los palestinos no se convierta en más odio y en más generaciones conjuradas contra la paz?", apuntaba un diario español de gran tirada. Hablando con jóvenes de Palestina, queda patente que el dolor, la rabia y el odio comienzan a calar hondo. Y la desesperanza, también.