«Los miembros son muchos, pero uno solo el cuerpo.» (1 Co 12, 20)
¿Has estado alguna vez en una comunidad viva de cristianos, verdaderamente auténticos? ¿Has asistido alguna vez a alguna de sus reuniones? ¿Has penetrado en su vida? Si es así, habrás notado que son muchas las funciones de los que la componen: uno tiene el don de hablar y te comunica realidades espirituales que te tocan el corazón; otro tiene el don de ayudar, de asistir, de proporcionar lo necesario y nos sorprende por lo que consigue en beneficio de los que sufren; el que enseña lo hace con tanta sabiduría que te infunde una fuerza nueva en la fe que ya posees; está también el que tiene el arte de organizar, o de gobernar, o el que sabe comprender a los que están a su alrededor y distribuye consuelo a los corazones que lo necesitan.
Sí, puedes experimentar todo esto; pero sobre todo lo que más impresiona en una comunidad tan viva, es el espíritu único que modela a todos y que parece que aletea en ella y que hace de esa sociedad original un unum, un solo cuerpo.
«Los miembros son muchos, pero uno solo el cuerpo.»