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Episodios en la cárcel

Recogido por la Redacción

La labor de voluntariado acompañando a los pesos en la cárcel tiene profundas motivaciones que generalmente pasan desapercibidas.


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Cien pastillas de jabón

Acababa de reincorporarme al servicio cuando un día uno de los guardias me comunica que se estaban agotando las pastillas de jabón para los presos, que en ese momento eran casi cien. ¿De dónde sacar tantos jabones? Entonces me acordé que dentro de poco sería el 14 de marzo y la comunidad de los Focolares se juntaría para recordar el aniversario de Chiara Lubich. Si cada uno se presentase con unos cuantos jabones tendría una buena cosecha. Se lo comuniqué por mail a todos y el día de la celebración recogí un saco lleno de pastillas de jabón, más de cien. Luego, a través de Cáritas, las enviamos a la cárcel.
 

Coloquios sin reparos

A veces la ejecución de una sentencia llega años después de haber cometido el delito, después de varias apelaciones, cuando a lo mejor la persona ya ha cambiado de vida, tiene trabajo estable, su familia y sus hijos. Entonces el corte es muy duro. Así que me tengo que esmerar en mi tarea: los escucho, me intereso por sus problemas, tratando de darle alguna solución, si puedo, o me encargo de hacerles alguna compra o del papeleo, de contactar con la familia o con el abogado… 
 
Procuro ganarme su confianza, valorando la relación con la persona, con ese Jesús que se esconde en cada uno. Los acojo con dignidad, estrechándoles la mano. Al principio ese contacto me costaba, pero luego me acordé de las palabras de Jesús: «A mí me lo hiciste». 
 
Desde entonces no he vuelto a tener reparos. En estos coloquios surgen las miserias y el sufrimiento de una humanidad que ha perdido lo más preciado que Dios le ha dado, la libertad, tanto la física como el tener que renunciar a los deseos y las costumbres cotidianas.
 

Un regalo inesperado

Estar lejos de la familia es un dolor muy grande, por eso es importante procurar mantener los lazos familiares, sobre todo con los hijos pequeños. En cuanto a los hijos adolescentes, la mayoría de las veces no quieren ver más al padre.
 
Un día un detenido me pidió que le comprara un perfume para su hija adolescente, que cumplía los años. El hombre está separado y, desde que entró en prisión, su hija no ha querido volver a verlo. Con ese regalo esperaba reconciliarse con ella. Comprè un perfume y también una tarjeta. Luego este preso me preguntó si se lo podía enviar su mujer, que vive en un poco lejos. Hablé con una amiga mía que vive es esa ciudad y ella contactó con la familia. Fue la hija precisamente quien se acercó a recoger el regalo.
Unos días después, cuando llegué a la prisión, este hombre me dijo que a su hija le había gustado mucho el perfume. «¿Cómo lo sabes?», le pregunté. «Porque ha venido a verme». Era la primera vez. 
 

Ese móvil olvidado

La escrupulosa atención a la seguridad en la cárcel es de una importancia fundamental, pero a veces puede ocurrir que, por distracción o ignorancia, me salte algún control. Una vez me olvidé que llevaba el móvil en el bolsillo cuando iba a entrar en el zona de los presos. Me di cuenta cuando solo había dado unos pasos desde la entrada, los suficientes para que me bloquearan hasta tres guardias. Había cometido un error pero no era para alarmarse. Aún no había entrado en contacto con los presos y simplemente volví a mi taquilla para dejar el móvil.
 
Cuando terminé y estaba ya por marcharme, me llamó el inspector de turno: «Venga a mi despacho, tengo que hablarle». Entendí al vuelo que era por el móvil, pero por respeto a su autoridad esperé a que empezase él. «Ha entrado usted con el móvil, cosa que está tajantemente prohibido por seguridad. Mire, debería preparar un informe, enviarlo a la Dirección y usted no volvería a entrar en la cárcel. Pero hemos visto que usted hace este trabajo con amor y he creído mejor hablar de esto con usted». La palabra «amor» no se oye mucho en la cárcel, por eso me chocó que el inspector la usara. Aquel imprevisto me dio la posibilidad de explicarle un poco cuáles eran los motivos profundos que me impulsan a hacer voluntariado en la cárcel. 
 

Un coro para Pascua

Me vino la idea de organizar un coro con los presos para animar la misa de Pascua. Le pedí ayuda a una amiga que es profesora de canto y también pedí autorización al director para llevar a cabo la iniciativa y le pareció bien.
 
Empezamos los ensayos con poca gente, pero suficiente para formar un coro. Un día, mientras ensayábamos, se acercó uno preso diciendo que le gustaba escribir y cantar rap y que le gustaría meter algo suyo en el coro. Con mucha calma le dijimos: vale, léete el Evangelio del día de Pascua y trata de sacar algo que vaya bien. Así lo hizo y al cabo de un rato nos cantó lo que había compuesto. A los demás presos les gustó mucho.
 
Media hora antes de la misa este hombre nos dijo que no tenía ganas de cantar. Estaba deprimido porque se había enterado de que su chica se había ido con otro. Empezó la misa y, casi al final, en el momento de la canción sobre la resurrección, el hombre se levantó y cantó con gran fuerza su fragmento, y luego todos juntos. Cuando acabamos, toda la gente se puso a aplaudir: el director, los guardias, los presos.. Fue muy bonito, un momento de auténtica «resurrección».




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