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Silvia Rivera Cusicanqui, el diálogo indígena sostenible

Por Jordi Rodríguez Salleras

Silvia Rivera Cusicanqui es difícil de clasificar. Esta boliviana (La Paz, 1947) se escapa  de cualquier etiqueta.


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Le han colgado muchas etiquetas, a veces para desprestigiar su trabajo, pero ella misma ha invertido la carga negativa dialogando de modo fecundo con quienes piensan de modo diferente al suyo. La han llamado sochóloga (cholita socióloga), haciendo referencia a sus raíces indígenas y presentándola como ignorante; «objeto étnico no identificado», a causa de sus raíces mestizas; birchola (chola-birlocha), refiriéndose a una supuesta contradicción entre querer ser indígena y su esencia mestiza.
 
El mundo indígena es el centro vital de Silvia Rivera Cusicanqui. Ante la falta de interés de su madre por el origen de su apellido, que Silvia veía diferente de los castellanos, comienza a investigar sus raíces y aparece una tradición indígena. Y así se descubre a sí misma mestiza. En los años 70, viviendo en comunidades indígenas, hace suya esta tradición estudiando y hablando la lengua aymara. Así es como se da cuenta de cuán profunda es la cosmovisión indígena y del significado del término «indígena». Desde entonces hasta hoy ha dedicado su vida a investigar esta realidad. Fundó el Taller de Tradición Oral Andina y ha publicado las obras Pueblos originarios y Estado y La mujer andina en la historia.
 
Cusicanqui habla de su epistemología como de una (in)disciplina. Piensa que «la hiperaccesibilidad actual» genera indigestiones bibliográficas que se alejan de la realidad. El hecho de disponer de pocos libros en su infancia e interiorizarlos le lleva a considerar primordial el equilibrio entre la intelectualidad y la realidad experimentada. Esto se da en la comunidad: el otro delimita y configura mi propia realidad. Cita el ejemplo de la palabra jiwasa, que en aymara es la cuarta persona del singular y equivale a un «tú y yo», singular y colectivo a la vez, un concepto imposible en otras lenguas. El ejemplo demuestra cuánto cuida el lenguaje, de hecho se define como «artesana tejedora de palabras».
 
Gran parte de su investigación se centra en la relación entre el colonizador y el indígena bajo una doble perspectiva. Por una parte, el uso de estos términos a la ligera; por otra, el uso del lenguaje envuelto en la dinámica de los dos conceptos –colonizador e indígena–, que muestra cómo la relación entre ambos es profunda y se perpetúa. Cusicanqui es muy crítica con el gobierno de Evo Morales por el uso y abuso del concepto y la imagen del indígena (ver recuadro). Denuncia ese montaje para turistas hecho de ponchos y color de piel más oscuro.
 
Esta boliviana, siempre atenta al lenguaje, es muy crítica con conceptos como originario, ancestral o ciertos usos del término indígena. «Sin colonización, no existe el indígena», afirma, cambiando así el paradigma y el marco de la palabra. Según ella, hemos pensado en los indios sin haber asumido qué es propiamente indígena. Considera que cada persona que está involucrada en la memoria de su país y de su pasado tiene un indio dentro: «Lo propiamente indio está dentro de todos nosotros».
 
Colonización es para Cusicanqui «la negación de la humanidad de los otros», una dinámica de apropiación de recursos, poder y verdad, sin tener en cuenta el lugar de pertenencia, el arraigo o la realidad del otro. De aquí proviene la importancia del otro y la relevancia de ir construyendo comunidad y alianzas. Bajo esta perspectiva, el indio deja de ser minoría al entender que, en tanto que somos personas colonizadas, «indios lo somos todos» y «descolonizar es dejar de ser indios para volver a ser gente».
 
Lo propiamente indio no sería un conjunto de características, sino una forma de vivir: el episteme indígena. Por eso Cusicanqui es muy crítica con la noción de identidad indígena, como algo estático, y reclama la identificación indígena, porque el verbo identificar expresa el «carácter procesual y contingente» del indigenismo. Con ello se remite a la relación antigua y revolucionaria con el entorno y con los otros. Se trata de un dialogo a tres bandas: con lo no humano, con los muertos y con los otros. Cada dialogo cuida elementos esenciales para que la vida humana se desarrolle de modo sostenible, que tiene en cuenta el presente y también el futuro.
 
Cusicanqui reivindica hacer nuestra la tierra, no en sentido excluyente, sino buscando la reproducción y el cuidado del cosmos. Todo ello en una cadencia armoniosa, como la del propio hablar o el propio saber. Así parece querer expresarlo en cada discurso, conferencia o entrevista, recordando que la armonía del dialogo indígena propone un modo de avanzar más sostenible. 
 


Un gobierno indígena auténtico no hubiera recurrido a esos disfraces y rituales falsos para los turistas y la prensa. Poncho, ritos falsos y color de piel no son «lo indio». Para mí consiste en una episteme –un saber o ciencia– y eso implica varias cosas claves.
1. Reconocer que los sujetos no humanos, montañas, ríos, animales son entidades con las que dialogas. Todo lo hermoso que es entender la relación del trabajo agrícola con la relación metabólica, cósmica con la tierra.
2. El diálogo con los muertos. Viven, hablan y orientan a los vivos, y permiten identificar los límites éticos que no puedes rebasar.
3. Crear, vivir; tramar comunidad es la reproducción de la vida, implica una ética del cuidado por parte de hombres y mujeres. Otro tipo de relación hombre-mujer que también permita superar las brechas y jerarquías entre el trabajo humano y el intelectual, porque lo que haces con las manos es parte del metabolismo con el cosmos, porque participas en el ciclo de reproducción de la vida. Estas cosas son fundamento del pensamiento andino. 
 
(de la entrevista de Gloria Muñoz Ramírez y Hermann Bellinghausen en Ojarasca, La Jornada)


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