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Conflicto, compañero de viaje(2)

Jesús García

Convivir, cambiar y sentir que no fracasamos en el intento es un objetivo que requiere esfuerzo. Necesitamos herramientas que nos ayuden en el proceso. La relación se negocia en cada instante, en cada palabra, en cada silencio. En cada gesto hay un mensaje sobre la relación que queremos, que el otro recibe y responde.


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La respuesta, haya o no acuerdo, forma parte de la relación. Conviene, pues, entrenarse en el «arte» de transformar el conflicto, ya que este es dinámico, en el sentido que puede moverse en dirección constructiva o destructiva y, por lo tanto, es frecuente que no desaparezca del todo una vez resuelto y deje «cicatrices». Este dinamismo es lo que permite que se pueda transformar en algo diferente y convertirse en parte de mi vida, y no en algo que debe ser eliminado por destructivo e indeseable. Algunos hablan de «viaje al interior del conflicto», lo cual permite transformarlo desde su raíz.

 

Cuando el conflicto aflora, en muchos casos nos coge desprevenidos. Entonces recurrimos a las herramientas y recursos que poseemos, y muy a menudo son escasos, más bien errados, inapropiados y tendentes a una salida inadecuada del mismo. Por ello los expertos aconsejan formarse en y para el conflicto. Se trata de una cuestión ambiental y procesual, ligada a un trabajo proventivo. En este contexto, provenir significa proveer a las personas o a los grupos las aptitudes necesarias para afrontar un conflicto. La provención se diferencia de la prevención en que su objetivo no es evitar el conflicto sino aprender a afrontarlo, a poseer herramientas y saber utilizarlas. La provención es esencial para encauzar una perspectiva transformadora de los conflictos. Se trata de un recorrido formativo con el cual nos anticipamos al estallido del conflicto adquiriendo capacidades, habilidades y estrategias para abordarlos. Tales estrategias se basan básicamente en la potencia de la comunicación, ya que esta se encuentra en la raíz misma del conflicto y su transformación. En este ámbito son esenciales cuatro herramientas:
 
1) Tomar conciencia de la dinámica relación-contenidos en la comunicación. Cuando nos comunicamos, expresamos ideas, deseos, sentimientos, necesidades, etc., pero lo hacemos «desde» la relación que existe entre nosotros. La comunicación se ve modificada por la relación que hay entre nosotros y, a su vez, la comunicación modifica la relación. Los expertos señalan que, si ciframos en 100 la totalidad de un mensaje, el 80% de su comprensión es modificado por la relación que existe entre nosotros, mientras que la palabra supone entre un 20% y un 30%. Según esto, se pone de manifiesto que, en la medida en que trabajemos la relación entre personas, comunidades, grupos, etc., la comunicación siempre nos enriquecerá y, sobre todo, se hará más efectiva y positiva. El mensaje «no entiendo por qué habéis hecho eso» adquiere más o menos amplitud de significado según la relación que exista. Más allá de lo agradable o desagradable del contenido (además de los tonos, miradas o gestos), estoy estableciendo una relación y de ella parto. En consecuencia, la comprensión del mensaje variará notablemente la reacción que adoptemos en una hipotética situación de conflicto. Dicho de otra forma, trabajando y fomentando unas relaciones interpersonales sanas, positivas y creativas, estamos trabajando un 80% de la transformación del conflicto. De la misma manera, habrá ocasiones en las que, antes de iniciar procesos comunicativos, habrá que revisar cómo está nuestra relación.
 
2) La escucha activa como potente y útil instrumento para empatizar y comprenderse mutuamente. Es necesario tener la actitud personal de ponerse en el lugar de la otra persona para poder comprender lo que está diciendo y sintiendo: mostrar comprensión, aceptación e interés hasta el punto de asegurar que hemos entendido lo que el otro nos quiere decir y que lo percibe.
 
3) Mensajes «yo». Cuando estamos enfadados tendemos a abordar los problemas culpando a los demás, pero no es el camino más adecuado para que sean conscientes de lo que sucede, y ademas provocamos que se defiendan y contraataquen. Ante un conflicto es habitual que la comunicación se focalice en el otro: «No me comprendes», «Siempre quieres llevar la razón», «Siempre dices que…». Estos mensajes centrados en el «tú» suelen contener acusaciones, insultos y generalidades o sacan a relucir el pasado. Forman parte de la dinámica destructiva de la comunicación. Para darles la vuelta es conveniente manifestar cómo percibo «yo« la situación y expresarlo adecuadamente. Los mensajes basados en el «yo» deben describir brevemente la situación o lo que nos molesta y nos crea problemas, limitándose a relatar los hechos sin evaluarlos ni emitir juicios respecto a la otra persona. Además, debo expresar mis sentimientos y deseos, decir lo que necesito (identificar), formulando una afirmación o un deseo (pido, siento…).
 4) Tomar conciencia de cuál es nuestro estilo de comunicación personal: dirigir, amenazar, sermonear, aconsejar, consolar, animar, aprobar, desaprobar, insultar, interpretar, interrogar, ironizar… Nuestra comunicación solo será de ayuda cuando la otra persona se sienta comprendida y cuando nuestras palabras y gestos hagan simétrica la relación y no nos sitúen en un plano superior. La estrategia será siempre recurrir a la escucha activa.
 
Los obstáculos en el camino no faltarán, pero sin obstáculos no hay camino. Saber que el camino nos llevará a nuevos lugares, posiblemente desconocidos, debería orientar nuestro espíritu al afrontar los inevitables conflictos que el viajar juntos supone. De la evolución de estos conflictos depende que alcancemos mejores espacios de relación que los que tenemos actualmente. Nuestra aportación formará parte del propio proceso y, además, es esencial para poder dar futuros pasos.




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