Quien lo haya probado, lo sabe: engancha. El voluntariado es una de las vocaciones más bellas que puede experimentar un joven. Pero ser voluntario no implica juventud. Sin ir más lejos, el Banco de Alimentos en Madrid lo llevan adelante unos 90 jubilados que ofrecen sus conocimientos y fuerzas de forma altruista.
Hoy en día hay voluntarios de todo tipo: desde el que pasa los domingos con unos chavales gitanos o inmigrantes en la parroquia, o los que van a visitar cárceles u hospitales, pasando por aquellos que acompañan y cuidan de personas de la tercera edad o pobres o drogadictos o huérfanos…, hasta los que acompañan a las madres con dificultades para que no aborten, etc. Hay tantos como necesidades presenta hoy nuestro mundo. Conviene no dejarse llevar por los prototipos: el alcohólico, el indigente, el inmigrante ilegal, el anciano... todos son candidatos, como decía Chiara Lubich, a la unidad.
Y más aún, los predilectos. Paradójicamente en este mundo tantas veces cruel, ellos son los primeros y nosotros los últimos. María, voluntaria en Don Orione, hogar de personas con discapacidades físicas y mentales, siempre me repite: «Ellos tienen esas discapacidades, pero nosotras tenemos otras». ¡Y cuánta razón tiene!
Precisamente en Don Orione estuve hace unas semanas. ¿La experiencia? Inolvidable. Cuánta belleza y cuánta alegría en un mundo tan diverso y, por cierto, tan olvidado por la sociedad. ¿Por qué cuando los vemos apartamos la mirada, o pensamos “pobrecitos”, o los consideramos inferiores? ¿Por qué nos reímos de ellos, o los señalamos? Concepción, madre de Manolo, un enano de 33 años con cierta discapacidad mental e imposibilidad de andar totalmente recto, me decía que era un dolor para él percibir el rechazo de la gente. Vive en Don Orione desde que tenía 14 años y allí es feliz, entre otras cosas porque es amado tal y como es. Hablando con él, enseguida te regala una sonrisa, te coge de la mano y te mira con ojos tan transparentes que no te puedes resistir. Es maravilloso, y su historia, realmente dura. Detrás de cada chaval se esconde una vida de sufrimiento, tanto físico como anímico. También para los padres.