Algunos han sido casos mediáticos, como Aylan, tendido en una playa con pantalón azul y jersey rojo, u Omran, con el rostro ensangrentado y cubierto de polvo sentado en una ambulancia. Muchos, muchísimos otros han pasado inadvertidos, como Miriam, una niña somalí cuya madre fue torturada hasta morir, o Edica, quien de noche regresaba al bosque de Srebrenica (Bosnia), donde había sido asesinado su padre.
Los «hijos de las guerras» han dejado de ser niños porque sus afectos, su cuerpo y su mente han sido violados; niños a los que les robaron el futuro cuando destruyeron su casa y su familia, o los obligaron a empuñar un arma y caminar por campos minados. En Europa los etiquetamos como «menores migrantes no acompañados». En muchos países africanos son niños soldados o esclavos del terrorismo. En América Latina son hijos de desaparecidos o migrantes ambientales privados de su tierra. En Vietnam son deformados por las sustancias químicas que sus padres han respirado. En Oriente Medio un número indeterminado puebla cementerios y campos de refugiados.
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