«Antes de contaros mi historia –dijo Aziz desde el escenario– quiero haceros una pregunta: ¿Habéis pensado alguna vez que un día podríais perderlo todo? La casa en la que nacisteis, vuestros recuerdos más hermosos, a vuestros amigos, vuestros sueños, vuestra gente… Esto es lo que me ha sucedido a mí».
El dolor de los momentos vividos huyendo de su ciudad con la familia hacia el Kurdistán iraquí todavía es visible en sus ojos: «Me pregunté por qué me había tocado vivir este calvario, pero justamente ahí empezó la experiencia de encontrarme viviendo con Jesús, el Abandonado. Me parecía estar en una película de acción, en la que ya no lograba distinguir la realidad de la ficción: un mar de gente que avanzaba a pie para encontrar una vía de escape, lágrimas, gritos. Estaba casi petrificado por el dolor, pero me dije que quizás podría devolverle la sonrisa a quien estaba cerca de mí. Precisamente estaba con nosotros una comunidad de la religión yazidí, personas que aún tenían más necesidad de ayuda que nosotros, porque el ISIS había cometido verdaderas barbaridades con ellos. Así que olvidé mis miedos y angustias para estar con estas personas y apoyarlas».
Aziz vive ahora refugiado en Francia junto con sus padres. Una opción difícil, con mil desafíos que enfrentar, pero nunca se ha sentido abandonado por el amor de Dios que, «con su mano imperceptible continúa enjugando nuestras lágrimas, aligerando nuestros sufrimientos. Nosotros, los jóvenes, tenemos un enorme potencial para cambiar el mundo, empezando por las cosas pequeñas: o vivimos para cambiar algo y mejorar esta tierra o nuestra vida no tiene sentido».