Un viaje por Cuba da para muchas cosas, muchas sensaciones, muchas experiencias, sin necesidad de bañarte en la playa, de tomar el sol a pierna suelta ni de pasear por el malecón durante un tibio atardecer.
Cuba tiene historias escritas tan en lo profundo del corazón de sus gentes, que se puede conjugar la escucha de un bolero del siglo pasado con una visita a un obispo jubilado, para sentir en el alma el llanto cansado del pueblo cubano, al que aún le quedan fuerzas y aire aunque sólo sea para llorar de emoción y de tristeza al escuchar una simple canción.
Javier Fariñas y Jesús Gajate, miembros de la oficina española de Ayuda a la Iglesia Necesitada, se sentaron una tarde de enero en una agradable terraza del pueblo cubano de Mantua. Ante ellos se sentó un hombre con la tez curtida y las manos surcadas por las cuentas de un rosario eterno, que a sus ya más de setenta años, les iba a contar cómo vive y ha vivido los últimos cuarenta años un obispo cubano.
La conversación transcurría por la senda de lo agradable, con ese saber contar que tienen los cubanos, que en una misma frase te arrancan sonrisas y llanto, drama y alegría, al saber llevar con valentía el peso de una cruz de casi cincuenta años.