Mari Carmen y Martín llevan casados 38 años. Tienen tres hijos varones (35, 31 y 26 años) y dos nietos (5 y 1 año). Se conocieron en una academia de estudios. Por aquel entonces ninguno de los dos se planteaba formar una familia. Él, que se sentía muy independiente después del servicio militar, se vio atraído por el sentido común de Mari Carmen y la posibilidad de una amistad sin pretensiones. A ella le atrajo la forma de ser de Martín, muy distinta a la de otros y poco habitual. Sus caminos se habían cruzado y no tardaron mucho en decidir que querían compartir el resto de sus vidas.
De novios asistieron a un encuentro en que el testimonio de algunas parejas les convenció de que el matrimonio, aún con sus dificultades, abre el camino a una vida plena, cercana a la felicidad. Aquellas parejas tenían los mismos problemas que los demás, pero su forma de resolverlos tenía algo atractivo.
Ya con cierta edad, se casaron convencidos del paso que daban, dispuestos a aceptar al otro como era, con su educación, sus tradiciones, su familia…, conscientes además de ser muy distintos de carácter y forma de pensar. «Tuvimos que aprender a dialogar –dice Mari Carmen– para que la relación no fuera de desigualdad. La única forma de no crear barreras era tratar de comprender al otro independientemente de su psicología y llegar a acuerdos que no siempre coincidían con nuestras razones de principio».
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