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Entre la sombra de la guerra y la luz de la esperanza

Ana Moreno Marín

Líbano
Abro el mail y encuentro un mensaje de los jóvenes del Movimiento de los Focolares del Líbano. En él, una petición de ayuda. De repente, los recuerdos me sobrecogen: Miriam, Dona, Joui... Mis queridos amigos-hermanos libaneses con los que he compartido cuatro veranos en el Instituto Superior de Cultura “Sophia”. He reído, jugado, estudiado, hablado de política, de guerra, de ideales y de esperanza con ellos. No se me olvidará el verano del 2006, cuando en plena guerra israelo-libanesa cruzaron la frontera, arriesgando la vida para encontrarnos en el Instituto. Ese año nos sentaron a todos y nos contaron de primera mano cómo estaba siendo la guerra y sus entresijos, sin mediaciones ni tergiversaciones. Ahora, dos años después, tras seis meses de vacío presidencial, con al menos 65 muertos y al borde de una nueva guerra civil, leo este mensaje pidiendo oraciones y llamadas de atención a la opinión pública. Líbano ya tiene nuevo presidente y parece estable, pero nadie como Miriam para contarnos desde allí lo sucedido: «La tensión ha disminuido, pero la situación permanece muy, muy delicada, porque hasta ahora nada se ha resuelto profundamente». Sobre el nuevo presidente, Suleiman, elegido por consenso, Miriam recalca que realmente las fuerzas libanesas han llegado a un compromiso porque también las fuerzas internacionales llegaron a otro. «No es casualidad –dice– que las fuerzas del gobierno hayan aceptado, tras un año y medio, conceder a la oposición sus reivindicaciones, al mismo tiempo que se ha llegado a un compromiso entre EE.UU. e Irán y se ha iniciado el diálogo de paz sirio-israelí. Siempre hemos sido un país en donde las fuerzas internacionales se enfrentan». Lo dice con la experiencia de que, cuando hay crisis o calma fuera, se refleja en el Líbano. Suleiman es el jefe del ejército, una figura “neutral”, la única institución que mantenía unida todavía al país. «No es la primera vez que el jefe del ejército llega a presidente en un momento de crisis extrema», dice, y añade con cierta desilusión que no ha propuesto ninguna solución de compromiso, sino que solamente es cercano para ambas partes. «Para nosotros es un dolor que Michel Aoun, líder del principal partido de la oposición, no haya llegado al poder. Representa a la mayoría del pueblo libanés, y sobre todo, a los cristianos». Líbano es confesional y, por ley, el presidente de la República debe ser cristiano maronita, el primer ministro suní y el presidente del Senado chií. Ahondando en la situación, le pregunto por lo ocurrido entre Hezbolá y el gobierno: «La crisis existe desde antes de la guerra de 2006. No se puede entender cómo vivimos aquí si no se entiende que Hezbolá es un partido libanés. No es visto como terrorista, sino como una resistencia que representa al 90% de los chiíes libaneses». Pero los libaneses están divididos entre sí y explica: «Los sunitas (otra confesión musulmana) que tienen el apoyo de Arabia Saudí, muy cercanos a EE.UU. Al ver que Irán (chií) crecer fuertemente, han querido disminuir la potencia de Hezbolá (chií) y han comenzado a poner en duda su legitimidad. Los cristianos están divididos entre los que están del lado de los sunitas, con la poderosa familia Hariri, y los de Aoun, que han escogido la vía del diálogo con Hezbolá». Entonces, llegamos al 6 de mayo, tras dos años de crisis intensa. El gobierno (Hariri-EE.UU) toma dos decisiones que Hezbolá interpreta como declaración de guerra: a) suprimir la red de comunicaciones de Hezbolá, muy importante para protegerse de Israel; y b) cesar en su puesto a un responsable militar muy próximo a ellos. «Hezbolá –cuenta Miriam– se defendió de las milicias sostenidas por Hariri y de las fuerzas drusas que Arabia Saudí había armado con ayuda americana. Un operación de fuerza desde dentro para quitar las armas a Hezbolá. Lo que Israel no había logrado hacer». La violencia llega a Beirut y la sombra de la guerra civil se cierne de nuevo sobre el Líbano. En ese momento los jóvenes del Movimiento deciden escribir:?«No podíamos creer que iba a volver la guerra. La opinión pública mundial es muy importante para una paz duradera y pensamos que si los jóvenes llegamos a movilizar a la opinión pública mundial, muchos de nuestros problemas no existirían». No ha sido en vano. Han recibido cartas de todo el mundo: «Nos han ayudado a seguir adelante cuando era difícil creer en la paz –concluye Miriam–. Nos hemos sentido amados. Más allá de las fuerzas políticas tantas veces responsables, hay hermanos y pueblos con los que se puede caminar para construir la paz».



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